Dicen que crisis en chino significa oportunidad y a fe de Pedro Sánchez que tienen razón. El presidente hace buena la maquiavélica sospecha de que el afortunado pasa siempre por virtuoso (o quizás era al revés, no me acuerdo) y que si esperas o resistes o aguantas el tiempo suficiente, un nuevo problema viene siempre a salvarte del anterior. Un train peut en cacher un autre, dicen los macrones.
De ahí el alivio y el desparpajo con el que Sánchez corrió a decir, sin que nadie le preguntase, que todo lo malo que le pasaba, le pasase y a fe de dios que le pasará a nuestra economía es culpa de Vladímir Putin, y a darnos las gracias a nosotros, héroes de la resistencia contra el fascismo ruso y sus quintacolumnistas locales, por los sacrificios que vamos a hacer.
Sánchez tiene instinto y va cogiendo experiencia y ha aprendido bien cuánto nos ha gustado a los españoles sacrificarnos por el bien común durante la pandemia. Hemos aceptado las mayores restricciones sin preguntar por los peores resultados, y lo hemos hecho orgullosos como borregos.
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