Más fascinante que el presunto efecto Illa es su prevista caducidad. Que los mismos apolojetas de Illa sean los que advierten que si no se vota pronto se descubrirá el pastel. Y que la gente siga contestando, asà sea a las encuestas de Redondo y Tezanos, que lo votarán. ¿Qué les queda por descubrir? ¿Qué oscuro secreto esconden Illa y el PSOE tras esa densa cortina de muertos que habrÃa sido su gestión? Muy gordo tiene que ser, la verdad. Pero al final nunca hay nada. Lo más serÃa que la gente descubriese que el candidato Illa y el Ministro Illa eran, en realidad, la misma persona. SerÃa quizás sorprendente en un partido que basa toda su ideologÃa en la firme convicción de que el Presidente Sánchez es una persona distinta al candidato Sánchez. La esperanza que con Illa les pase lo mismo es, por lo tanto, la mar de razonable y de lo más conveniente.
27.1.21
20.1.21
Monopolyos
El discurso de Trump después del asalto es mucho más importante que sus discursos anteriores. Trump parecÃa tan sorprendido como el mundo entero de que alguien se hubiese tomado la revolución en serio. No es la primera vez que lo vemos. En todos los juegos infantiles pasa que todo es un juego hasta que alguien se lo toma demasiado en serio y de las risas se pasa a los lloros y de los lloros a las duchas y las cenas y a la cama que mañana hay colegio. Es tarea de los adultos recordar entonces que era un juego y que pegarse está mal y que después del susto mejor tratar de pasar página y volver a la rutina habitual. Ese fue el discurso de Trump y es paradójico que sea ese, quizás el más adulto de todos los suyos, el que ya no pudo publicar en Twitter. ¿Demasiado tarde? Quienes tanto insisten todavÃa en compararlo con Hitler harán bien de recordar el discurso final de esa genial parodia que es El Gran Dictador, cuando el tiránico hombrecillo abandona sus ambiciones totalitarias para abrazar la paz y el amor universal y salvar con ello a la humanidad entera. La pelÃcula da para lo que da, porque Chaplin no era Hitler, pero quizás la realidad pudiera dar para algo más, porque tampoco Trump lo es. El problema de limitar la libertad de expresión es que no sólo nos quita el derecho a equivocarnos, sino el derecho a rectificar. E, incluso, y en algunos célebres casos, a servir con ello de ejemplo a sus seguidores.
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