11.9.19

Los padres de Greta

Lo más molesto de Greta Thumberg es lo difícil que resulta criticarla. Ante la naturaleza del fenómeno, todas las críticas parecen demasiado simples, cuando no ridículas o hasta crueles. Cómo vas a criticarle un discurso que ni siquiera es suyo. Y después está, claro que está, el tema de su enfermedad. Es joven y está enferma y eso hace siempre incómoda e indecorosa la crítica. Pero en este caso la enfermedad es mucho más que un escudo o una excusa para reclamar impunidad. En este caso, la enfermedad de Greta es el arma que ha encontrado la causa de los apocalípticos climáticos, esos pedofrastas, para hacer avanzar su agenda. Una de sus grandes dificultades era, y sigue siendo, la de hacer que unas sociedades acomodadas como la nuestra lleguen a temer por la fragilidad del planeta. Y su gran logro es que cuando la enferma Greta nos habla de fragilidad, creemos entenderla. Cuando nos habla de miedo, lo vemos en sus ojos. Así lo vemos en uno de sus últimos discursos, en el Foro Económico Mundial, donde nos advierte de que no quiere nuestra esperanza sino nuestro pánico. Greta quiere que sintamos el miedo que siente ella. Aquí Greta parece el malo de Batman o el Podemos de las buenas épocas, y sonaría a amenaza si no supiéramos ya que en esto estamos todos en el mismo barco.

Y a pesar de todo, esta unidad tiene algo triste. Greta insiste en presentar su causa como un conflicto generacional. Ella y su generación han venido como es natural a rebelarse y a cambiar el mundo, pero ya les va costando encontrar viejos que quieran preservarlo. Ya no encuentran más oposición que la de su lógica y natural impotencia. El tapón o el conflicto generacional debían o deberían servir al menos para excusar o disimular lo excesivo de las pretensiones revolucionarias, porque entre la inamovible naturaleza de las cosas y las ansias de cambio se entrometía una generación que sí podía ser criticada, combatida e incluso vencida. No parece que sea nuestro caso. Más bien parece que nuestros mayores son demasiado conscientes y se sienten demasiado culpables de sus defectos e impotencias como para defender sus logros frente a la crítica. La crítica de Greta y sus thumbergs es la misma exactamente que se hacen los mayores a sí mismos pero con algo menos de complejos y un algo más de superioridad moral. Es la crítica que los mayores quieren oír, que invitan y aplauden. Y estando ellos tan acomplejados han dejado a nuestros jóvenes sin nadie contra quién rebelarse. A veces parece que si quieren de verdad cambiar el mundo, salvarlo de sus mayores, deberían empezar a defender causas como la proliferación de las nucleares, la fabricación masiva de carne sintética o la investigación con transgénicos. Por mucho que le pese a Greta, eso incluso podría darles un poco de esperanza.