26.12.19

¡Modernas navidades!

La primera vez que me hablaron del famoso test de Turing fue un profesor, ya en la Universidad. Hacía poco le habían invitado, junto con otros célebres filósofos patrios, a entrevistar a una moderna Inteligencia Artificial y someterla, y someterse con ella, al test. Se trata en estos casos de descubrir si se habla con una máquina o con una persona según cómo responda a las preguntas que le lancen. Los filósofos, nos contó, descubrieron el artificio al preguntarle por qué no se había suicidado. No supo qué contestar. Lo recuerdo porque pensé que yo, presunto humano, tampoco sabría cómo responder a esa pregunta.

Las máquinas del nuevo libro de Ian McEwan son un poco como yo. Pero más inteligentes; aprenden más y piensan mejor y son incluso moralmente más puras, más kantianas. Son, de hecho, la perfección de la razón moderna hasta el punto de representar, como suele suceder en este tipo de ficciones, también la encarnación de sus problemas. Usamos a los robots como espejo de nuestros miedos y por eso tememos que sean violentos o que usen su inteligencia para dominarnos y esclavizarnos en lugar de servirnos y hacernos la vida más rica y plena. Las máquinas de McEwan no buscan la dominación. Son, de hecho, tan inteligentes que no saben lo que buscan y no saben cómo vivir sin este conocimiento. En esto son un poco como aquél barón de Münchhausen y como los más modernos de nuestros moralistas, que confunden la indignación con la virtud y pretenden salvarse tirándose de los pelos. Y como no pueden, poco a poco se van hundiendo; se van suicidando. Es por sus virtudes intelectuales, por ser el perfeccionamiento de la razón moderna y no por ningún tipo de error en su programación que las máquinas se autodestruyen por falta de razones para vivir.

McEwan nos recuerda que somos máquinas como ellas, pero no tanto. Que somos modernos, pero no tanto. Ni tan modernos como esas máquinas ni tan modernos como esas ministras socialistas que celebran estos días el solsticio de invierno como los padres de George Costanza celebraban Festivus: para dejar claro que ellos son modernos y no celebran viejas tradiciones como la Navidad. Para los demás, los que hace años que la Navidad la celebramos lo normal, estas fiestas imperfectas y un tanto absurdas son un buen recordatorio de que somos modernos pero no tanto y que quizás sea por eso para nosotros es todavía posible y tiene todavía sentido soñar, cada año y con la misma fe, en nuevos y mejores comienzos. Tengamos pues, quienes todavía la celebramos, ¡una feliz y muy moderadamente moderna Navidad!.

18.12.19

Iguales pero mejores

Obama defiende que las mujeres son "indiscutiblemente mejores" que los hombres. Esta retórica es su manera, la manera de tantos, de defender la igualdad entre hombres y mujeres. Pero lo único que no admite discusión es que las mujeres pueden ser iguales que los hombres o pueden ser mejores que los hombres pero no pueden ser ambas cosas a la vez. Es evidente que también pueden ser y que son mejores en unas cosas, iguales en otras y, Dios me perdone, incluso peores en otras. Pero en el caso que nos ocupa, que es el del gobierno, para demostrar que son mejores lo primero que tienen que hacer es ganar las elecciones. Esa primera victoria es condición sine qua non del buen gobierno y no una eventualidad que nada tendría que ver con su desempeño en el cargo. Ser capaz de alcanzar el poder ya dice algo sobre la capacidad de gobernar. Y varias mujeres han demostrado su capacidad de alcanzar y ejercer el poder en varios lugares, pero no en EEUU. Entre otras cosas, porque la que mejor lo tenía, Hillary Clinton, se tuvo que enfrentar a este mismo Obama que ahora presume de estar menos capacitado que “ellas”. No sé si Obama se enfrentó a Hillary por falta de patriotismo o por algo de machismo inconsciente, pero el caso es que él es uno de los principales culpables de que EEUU no haya tenido una mujer Presidente. Según Camille Paglia, uno de los motivos, diría que el principal motivo, de que EEUU no haya tenido una mujer Presidente es que en EEUU el Presidente es “Commander in chief” de las fuerzas armadas y que ese poder militar y esa responsabilidad casa mal con la imagen y la retórica maternal habitual en las candidatas.

16.12.19

Cataluña no es nación. España también


En un artículo en ElMundo, Manuel Valls se sumaba a las críticas a Iceta porque, según dicen, al hablar de la "nación de naciones" se olvida de la nación española. Pero es evidente que no lo hace. Esa nación de la que habla Iceta, que es inmensa y contiene cada día más multitudes, es la nación española. Esa nación es la única que se conjuga en singular, la única que es una y no es 51 y que no es por tanto la única entre tantas. Esto es lo que sustenta el principio de su unidad y de su legalidad. Esto es suficiente para ser Estado (y a los hechos me remito). El problema del no nacionalista es que intuye el problema pero no puede explicar la solución. Sabe que con ser Estado no le basta pero no puede, porque no sabe y porque no quiere, explicar en qué consiste ser, además, un Estado-nación. 

11.12.19

El Japó: l'erosió d'un mantra imposat, el pacifisme

A l'Avió a Lisboa, el podcast de política internacional de Casablanca, dirigit i presentat per Víctor Puig, vam parlar sobre la normalització militar del Japó, de les Abenomics i del paper de l'extrema dreta nipona. Amb en Pol Molas de la S.E.M i el principal expert català sobre el Japó, el professor Lluc López Vidal.

4.12.19

¿Inmersión? Dos tazas


"El PSC revisa su postura sobre la inmersión". "El PSC considera que Cataluña es una nación". Los dos titulares se publicaron casi al mismo tiempo y cabe suponer que no fue por casualidad. El PSC tiene ahora y al mismo tiempo la obligación de defender la Cataluña nación y la de vaciarla de contenido político. El PSC ya solo puede permitirse una nación catalana en la medida en que esa nación sea, como dirían los errejonistas, un significado vacío al que poder llenar con pensiones, seguros de desempleo, educación, sanidad, regeneración política, reconciliación nacional y etc. 

Les llamarán nacionalistas, pero no se puede ser nacionalista catalán "revisando su postura sobre la inmersión". Y, aunque es probable que esta revisión del PSC quede en nada, parece interesante ver en qué sentido iría. En el mejor de casos, se trataría de hacer menos inmersión para hacerla mejor; para que sirva mejor al objetivo de crear una sociedad catalana realmente bilingüe en vez de dos sociedades monolingües en Cataluña. 

Todo el mundo sabe que si tal cosa debe hacerse tiene que consistir en hacer más clases de catalán donde menos catalán se habla en casa y más de castellano donde menos castellano se habla. Esta corrección de la realidad social se antoja una quimera porque consiste básicamente en el dicho catalán de “no vols caldo, dues tases”, que traducido sería algo así como cabrear a todo el mundo al mismo tiempo. Por eso en este debate parecemos todos Mafaldas deseando que el caldo se lo trague el otro. Parece que ya nadie aspira a semejante corrección. No al menos quienes aspiran a poder vivir e incluso a educar a sus hijos en Cataluña como si el catalán no existiese. Ni tampoco los nacionalistas catalanes.

Se da por supuesto que, siendo un invento nacionalista, el actual sistema de inmersión es del agrado del nacionalismo. No es así. En gran parte, porque no se cumple precisamente en esas escuelas, en esos barrios, en esas poblaciones donde menos catalán se oye y donde, por lo tanto, más falta haría. Y tampoco y principalmente porque el sistema de la inmersión está pensado como un correctivo a la natural destrucción que el tiempo provoca sobre la lengua y por lo tanto sobre la nación catalana. Incluso en esas poblaciones que se suponen al margen de Telecinco y del Estado, porque también allí llegan Netflix y los youtubers y demás moderneces y con ellos la lengua castellana y todo su poderío. La inmersión es siempre insuficiente porque es un correctivo contra el tiempo, un alargar la agonía. Y un nacionalista no puede darse por satisfecho simplemente ralentizando la decadencia. 

En este escenario, la política que se va imponiendo de facto, aunque no de boquilla, es justo la contraria a la de las dos tazas de caldo: que haya menos inmersión donde más necesaria se la supone y más inmersión donde más inmerso se vive ya en el catalán. Es una realidad que más o menos se calla por respeto a nuestros altos ideales bilingües. Pero es seguramente esta realidad la que hace que la política de la inmersión haya sido y pueda seguir siendo un consenso mínimo de la sociedad catalana; porque a nadie satisface del todo y porque, sencillamente, no se aplica. 

Publicado en TheObjective

27.11.19

Renuncias

Rufián dice que él no renuncia a Machado. Da un poco de vergüenza preguntar y hasta preguntarse qué querrá decir, porque en realidad el problema del “bullshit” es que no significa nada pero se entiende muy bien. Lo único que queda es la esperanza de que explicarlo suponga desmontarlo.

Rufián no renuncia a Machado. Bien está. Pero, ¿cómo podría? ¿a qué podría renunciar Rufián? ¿Podría acaso devolver sus huesos? ¿Tirar sus libros? ¿Podría de verdad renunciar a leerlo? ¿A citarlo incluso? ¿A usar su nombre cada vez que le parece que le conviene jurar amor eterno a la siempre otra de las dos españas? Porque lo que está claro es que Rufián no renuncia a servirse de su nombre cuando considere que eso le hará quedar bien con los unos y mal con los otros, que es ya a lo único a lo que parece aspirar.

Rufián ya sólo habla para quedar bien con los socialistas y, sobre todo, para molestar a los pocos autoproclamados nacionalistas catalanes (a los que invoca siempre que puede e incluso cuando no y “con todo el respeto al espacio convergente”) para situar a su partido en el centro del republicanismo razonable, dialogante, abierto, moderno, integrador y todos esas cosas de izquierdas, que es el espacio desde el que ya se cuecen las alianzas del postprocés.

Rufián ya sólo habla para que salga alguien a centrarlo de un soplido. Y no sé por qué será que cada vez que él y su partido intentan presumir de su no nacionalismo les sale algo como muy patrimonial y como que muy parecido a lo que en otros sería un nacionalismo, por supuesto muy banal, pero por supuesto muy español. Le pasa ahora a Rufián, que no renuncia a Machado para apropiarse de él como un nacionalista cualquiera. Y le pasó a ERC hará nada, un par o tres de meses o un par o tres de legislaturas, cuando le tocó presidir la comisión encargada de la Marca España y se explicó llamando a “dejar de lado los distintos nacionalismos” (para defender mejor España).

Y esto es exactamente lo mismo que hacen ahora sus líderes, sus militantes y sus tertulianos para facilitar la investidura de Sánchez en nombre de la gobernabilidad de España. Lo hacen, los muy sediciosos, con un lenguaje retorcido y torticero y con una consulta en la que piden votar un "sí" que es que "no" "si no" es que... Una consulta, en fin, en la que se exige a los militantes el permiso para hacer lo que les convenga en cada momento. Y que sólo se admite y que sólo puede ganarse a la búlgara porque los participantes saben que, en realidad, ERC es el único partido catalán que piensa en el mañana y que cree, con razón, que en la renuncia tiene mucho que ganar.

19.11.19

El gai nihilisme

«Is it just me or is it getting crazier out there?»

The Joker

Vam sortir del cine amb la sensació de continuar a la ciutat de Gotham. Aquelles nits encara cremava l’Eixample i, tant a Barcelona com a Gotham, es respirava una certa alegria en la destrucció; un gai nihilisme. De fet, no crec que es pugui entendre l’èxit de la pel·lícula sense la lectura política que destaca la proximitat entre el món que s’hi descriu i el nostre i que condueix a gent com Žižek a considerar-la un «diagnòstic dels mals del nostre temps». Žižek creu que les nostres vides ja són com les vides dels habitants de Gotham; vides de terror en un món violent i en destrucció. El Joker sorgeix perquè la sanitat no funciona, perquè la gent està cada cop més sola, la societat és més violenta i hostil, augmenta la pobresa, el capitalisme està en fase terminal… I tot això ens demostra que el que necessitem no és continuar apedaçant el sistema, amb una sanitat pública millor o amb una cultura més tolerant i acollidora, sinó una autèntica revolució.

12.11.19

Matar a una universidad

Por suerte y por desgracia, este tipo de protestas universitarias no son nuevas. Hace años protestaban igual contra el plan Bologna y después por el 15M y siempre con la privatización de la universidad como excusa. Se diría, en fin, que son los mismos revolucionarios con (no tan) distintas pancartas. Lo novedoso en Cataluña es la dimisión del poder; de los dirigentes y de la “intelligentsia” de la derecha nacionalista, presuntamente liberal. Antes un Convergente de bien tenía que estar en contra de la violencia en los campus y a favor del derecho de los estudiantes a ir a clase. Pero ya no. Ahora una candidata Borrás tiene que confundir el derecho a huelga con el derecho a okupar la Universidad y a impedir a los estudiantes ejercer sus derechos y a los profesores sus deberes. Porque lo de antes era en su contra y lo de ahora es a favor de su procés y en defensa de sus presos. No es que hayan perdido la autoridad moral para llamar al orden, es que ya no saben a qué orden llamar. No tienen alternativa a la protesta. Y sus discípulos tampoco.

Así se entiende que unos encierros en contra del encarcelamiento de sus líderes acabasen, con éxito, cuando se les concedió la evaluación única. Los líderes siguen en prisión pero ellos pueden seguir protestando sin arriesgar el curso. Los jóvenes revolucionarios y sus gobernantes defienden ya exactamente lo mismo y tan poco: el derecho a la pataleta indefinida.

Pero peor son siempre esas otras negociaciones simuladas entre los estudiantes que cierran la universidad y los que se quedan fuera. Porque sólo sirven para legitimar la violencia. El estudiante expulsado no es interlocutor sino simple reclamo para los medios que acuden a la llamada de la violencia. La discusión en condiciones de igualdad es imposible porque hay uno que puede silenciar y silencia de hecho al saberse inmune a cualquier argumento que se le puede presentar. Le digan lo que le digan, la barricada seguirá en pie. La decisión ya está tomada y él mismo no podría cambiarla aunque se dejase convencer. Es un mero funcionario de la revolución y se encuentra, como ese Orwell matador de elefantes, con que lo primero que ha destruido al tomar la Universidad es su propia libertad. El diálogo que finge es un intento de olvidar su condición, y por no debemos regalarle una sola palabra.

En estas situaciones, cualquier apariencia de conversación es una perversión del diálogo y, con él, de la propia institución universitaria. Porque la palabra se devalúa al ponerla al servicio de la confrontación y al convertir toda conversación en un debate, con unos ganadores y unos perdedores (que ya están, encima, decididos de antemano). Quien se encierra en la universidad está convencido de que el diálogo es imposible y que toda aparente búsqueda de la verdad es en realidad búsqueda del poder y de la dominación. Que la sociedad es lucha por el poder y las palabras un arma más. Si el revolucionario se cree legitimado para usar la violencia es porque la da por supuesta y porque cree que él sólo la hace explícita, en protesta contra la hipocresía del sistema y en legítima defensa.

Esta es su convicción fundamental, pero no sólo la suya. Si vemos tantas dificultades en combatirla es porque este es un discurso cada vez más generalizado en nuestras democracias en la era a la que venimos llamando de la posverdad. Los estudiantes nos demuestran que en este mundo puede haber debates y puede haber democracia, pero no puede haber diálogo y no puede, por lo tanto, haber Universidad propiamente dicha. Porque la vida universitaria es una vida centrada en la búsqueda y la transmisión de la verdad mediante la palabra, el diálogo, mientras que el debate sólo es la búsqueda del poder mediante la palabra.

La indefensión de la Universidad frente a estos argumentos contra la verdad, en parte por ser tan suyos, se ve reforzada por la convicción, tan democrática, de que la Universidad tiene que ser para todos. Pero lo que demuestran estos días es precisamente que la Universidad sólo es tal cuando es una sociedad cerrada para quienes pretenden dedicar unos cuantos años de su vida a la búsqueda sistemática de la verdad. Los demás tienen sitios mejores y más útiles para perseguir sus fines, pero estos sólo tienen la Universidad. Para seguir siendo digna de su nombre, la Universidad debe ser una institución militante. Que expulse sin complejos a quienes impiden su correcto funcionamiento y defienda su carácter exclusivo y elitista en el más democrático de los sentidos. Sólo así puede cumplir con su función social en una época en la que parece más urgente que nunca. Al fin, incluso el antisistema merece un sistema que funcione y se defienda.

Publicado en Expansión

6.11.19

Noción de naciones

Estaba Jaume Asens en un debate, explicando muy pedagógico que el Estado español está compuesto de distintas naciones y que Cataluña es una de ellas, cuando Arrimadas le preguntó si Andalucía también. Asens concedió y Arrimadas repreguntó: ¿Y Murcia? Murcia no. Yo pensaba que algún murciano se ofendería, pero no dio tiempo. En seguida se dio cuenta Asens de que él no era nadie para hablar en nombre de los murcianos y quiso dejar muy claro que aunque Murcia no sea una nación todavía, puede serlo si así lo desea. No tuvo tiempo ni interés en explicar cómo pero no hacía falta. Porque por mucho que se burlen de ella C’s y el PP, en esto de las identidades la izquierda tiene una posición bastante coherente.

Para la izquierda las identidades se construyen sobre la voluntad y si eso sirve para las identidades de género o de raza, con más razón todavía tiene que servir para las identidades nacionales. En este sentido entiende todo el mundo que una nación es siempre un nacionalismo; un proceso siempre en marcha y por lo tanto sin fin. Lo difícil en estos tiempos es, en realidad, sostener lo contrario. Lo difícil es encontrar pruebas objetivas de la identidad, sostener un esencialismo determinado por Dios, por la naturaleza, por alguno de esos politólogos de moda o por una historia cerrada ya y de una vez por todas. Por eso es normal que nuestros liberales confundan de forma deliberada el Estado con la nación o se nieguen en rotundo a hablar de identidades aún cuando en una elección a ciegas todo el mundo prefiere que en el airbnb de al lado se le instale una familia de suecos antes que una de napolitanos.

30.10.19

Poderosos e inocentes

Me gustó el discurso de una regidora de la Cup en Sant Cugat. Le habían pedido, creo que los de C’s pero no se veía en el vídeo, que condenase la violencia que se ha vivido estos días en Barcelona. Y ella se tomó en serio el reto y se puso muy seria, casi técnica, a definir qué es violencia y a distinguirla de los altercados para justificar su previsible negativa a condenar nada.

Acabó donde empezó, en ese lugar en el que la violencia no se condena cuando es propia. Pero en el camino dejó al menos claro  que ella y, cabe suponer, su partido, entienden que la violencia sólo es tal cuando se ejerce contra humanos y que lo demás son "altercados". Y entendemos también por qué se apresuró a señalar que violencia es lo de los neonazis (por qué, por cierto, se les llamará neo, si son el de siempre) que cruzaron Barcelona con bates y machetes para proteger los contenedores de la quema. Esa violencia que nadie pide que se condene porque se da por condenada, y que sólo se recuerda para atribuírsela a alguien o para relativizar la propia. Nosotros quemamos contenedores, pero es que vosotros salís a matar.

Lo que tiene de novedoso o de interesante esta aclaración es que explica por qué un partido que constantmente y con gran descaro justifica tanto la violencia como los altercados de los suyos es tan estricto al condenar casi cualquier cosa o decisión que no le guste como "violencia sistémica". Porque, como en esa magnífica escena de Los caballeros de la mesa cuadrada, la violencia del sistema es contra las personas, no contra los contenedores.

Pero lo que nos enseñan Los caballeros de la mesa cuadrada es que el sistema sólo es violento de forma interpuesta o, mejor dicho, metafórica. Que lo que define la violencia no es, como pretende la cupera en cuestión, contra qué se ejerce sino quién la ejerce. Y quien ejerce violencia es siempre un hombre en nombre de una idea y que la ejerce siempre con un fin; el de lograr la obediencia que no puede lograr por falta de poder (de convicción). Es casi pornográfico ver escenas tan típicas y que se repetían ayer mismo en las que el mismo que cierra por dentro la universidad se abre a dialogar con aquellos a quienes impide el paso. El diálogo es ficticio y él lo sabe mejor que nadie, pero el gesto se repite constantemente porque mientras finge explicar, mientras finge que intenta ilustrar y convencer, el violento revolucionario se va convenciendo de los poderosos e inocentes que son él y su causa. 


23.10.19

Catalani(hili)smo

Torra habló de infiltrados, que es lo que suelen hacer los políticos cuando se avergüenzan de lo que se hace en su nombre. Porque a pesar de lo incómodos que suelen ser por sus pintas y sus actitudes, los infiltrados son en realidad de gran utilidad. De entrada, por algo que es evidente y conocido: porque la apelación al infiltrado malvado permite reforzar la idea de que los propios, los auténticos, y de nuestra causa común, son los buenos. Pero segundo, y aquí el problema, porque permite que el político mantenga y proyecte la ilusión del control político de las movilizaciones. Señalando a los descontrolados como extraños, como los de fuera, se refuerza la idea de que los propios, los de dentro, están bajo control. Eso es siempre una mentira y sólo a veces piadosa. Eso alimenta el ego del político y le hace creer que realmente dirige y controla. Y lo hace con la complicidad de los presuntos controlados, los propios y dirigidos, que callando otorgan el reconocimiento que busca el líder.

Pero, a pesar de todo, y por usarlo estos días y en este contexto, a Torra le han descubierto en truco. Esta vez, la primera que yo recuerde, han salido los presuntos a decirle a Torra que de infiltrados nada y que si acaso el infiltrado es él. Esta insólita respuesta demuestra lo que Torra querría ocultar tras la espesa cortina de humo de esta semana. Que Torra no puede mandar a los suyos a casa porque ya no los controla. Porque ya no son suyos. Y que ni siquiera lo intenta porque lo sabe y porque cree además y con ellos que en estos momentos, de nuevo históricos, se está mejor en la calle que en casa. Que a casa sólo se vuelve derrotado y a esperar la muerte política y nacional y que sólo en la calle, al calor del fuego regenerador, se puede seguir soñando en la victoria. Pero esta es una ensoñación peligrosa, incluso para el propio Torra. Porque cada día que pasa y cada altercado que montan va dejando más claro que estos supuestos infiltrados ya están casi tan en contra del Estado como de los propios partidos y líderes independentistas.

Infiltrado tú, le responden a Torra, porque esta revolución ya no es la suya. Esta ya no es la revolución de las sonrisas, esa doble mentira con la que los líderes independentistas pretendían mantener el control de los sucesos y de su relato. Por eso, mientras tantos insisten todavía y desde todos los ámbitos del independentismo, desde la calle y desde las tribunas, que sólo con la movilización permanente se va a conseguir sentar al Estado en la mesa, la respuesta que reciben estos días, una y otra vez, es que esto ya no va de negociar nada con el Estado. El procesismo que quería forzar una negociación ha muerto de éxito, porque finalmente ha calado, y ha calado hondo, la idea de que con este Estado no hay posibilidad de diálogo, negociación ni entendimiento. Cualquier paso y cualquier discurso en esta dirección es ya un intento de traicionar al pueblo. Y cualquier líder que busque distanciarse del fuego revolucionario se convierte, claro está, en un "botifler". Gabriel Rufián, ese charnego desagradecido, lo vivió hace pocos días en carne propia y, cabe sospechar, por iniciativa propia. Y lo han vivido y lo van a vivir muchos otros de estos presuntos líderes del proceso. Porque durante años le han dado a su pueblo a elegir entre una España fascista, demófoba, autoritaria, represiva y etc. y la nada. Y su pueblo, que no es tonto, ha elegido la nada.

También por eso tiene algo de patético ver a todos estos presuntos líderes políticos y mediáticos del independentismo repetir estos días al unísono que "así, no". Habría que preguntarles "¿cómo, pues?". Porque los mismos que durante años han presumido de ser más listos que el Estado, que sus críticos y más listos incluso que la propia naturaleza de los asuntos políticos son quienes, por no reconocer su histórico fracaso, siguen llamando a las movilizaciones constantes, masivas y pacíficas pero sin decir cómo, hacia dónde ni para qué. Se diría que quieren a unos ciudadanos moviéndose constantemente pero en círculos, avanzando a paso decidido hacia ningún lado. Porque eso es, a estas alturas, lo único que pueden ofrecerles. La sentencia y el Estado han dejado bastante claro a los líderes independentistas y a su pueblo ya no pueden ir hacia adelante, y las protestas les recuerdan que tampoco pueden ir hacia atrás.

El independentismo se está volviendo nihilista porque ha perdido la fe en su propia capacidad de ofrecer una alternativa real a este Estado al que tanto desprecia. Gran parte del independentismo ha dejado de creer en la independencia y ya sólo parece creer de verdad en su derecho a queja. Y por eso están tantos, y como buenos revolucionarios, en contra de las apelaciones al realismo político; porque están en contra de la realidad. Se diría que de una situación así sólo los puede sacar alguien que como ellos se haya visto tentado por este mismo nihilismo. Pero que sea capaz de explicar en un lenguaje claro el significado positivo y no sólo destructivo de sus aspiraciones. Alguien que entienda en el fondo que la principal, sino la única, tarea de la política es la canalización de estas pasiones hacia la convivencia pacífica y la normalidad democrática. Alguien que sea capaz de proponer un plan que vuelva más realista y atractiva la independencia, aunque sea lejana, que la destrucción. Mientras se espera a ese alguien, parece que Rufián y ERC se mueven y que Mas va recuperando protagonismo. Parece de chiste, claro, pero por algo se dijo aquello de que la historia se hace primero como tragedia y luego como farsa.

Publicado en Expansión

14.10.19

Redescobrint l'idiota


Abans d’això no se’n deia populisme, però recordo sovint un vídeo que corria per les xarxes ara ja fa uns quants anys, quan Obama es presentava per primer cop a la Presidència dels Estats Units. Era el vídeo d'un periodista o pseudo-tal que sortia al carrer amb un micròfon i una càmera per preguntar a tot d'afroamericans què pensaven de certes propostes polítiques i a qui pensaven votar. L'experiment es convertia en una paròdia un punt racista quan, després de declarar-se contraris a un bon grapat de mesures que el candidat demòcrata portava al seu programa, aquests mateixos afroamericans declaraven que votarien Obama sens cap mena de dubte.

(...)

9.10.19

Hechos y derechos

“Sólo las dictaduras encarcelan a líderes políticos pacíficos”. Eso decía al menos y al mundo una pancarta que colgaron los sospechosos habituales la otra noche, noche de Champions, en el Camp Nou. A Manuel Valls le parece mentira y le parece además que la libertad de expresión no ampara la mentira. Y a mí, para variar, me parece todo muy confuso.

Me parece, para empezar, que la libertad de expresión ampara la mentira bastante a menudo. O que ampara al menos la publicación de falsedades cuando no se puede demostrar que sean deliberadas. Y me parece que a pesar de todo está bien que así sea y que en estas cuestiones rija el principio de in dubio, pro libertate.

Pero me parece, sobre todo, que la pancarta que nos ocupa no es una falsedad sino una opinión. Una opinión equivocada, peligrosa incluso, pero opinión. Es evidente que podría leerse como una falsedad de hecho en un sentido muy claro: también las democracias encarcelan a líderes políticos pacíficos. Por ladrones, por ejemplo. O por presuntos sediciosos. Pero lo que dice la pancarta, aunque no lo diga así por razones elementales de espacio y de estilo, es que a esas democracias no se las puede considerar tales. Que a esas democracias habría que considerarlas, de hecho, dictaduras. Esto no es un hecho sino una opinión, basada en el hecho de que la democracia es siempre una realidad imperfecta o un proyecto inacabado y que por eso cualquier quincemesino que salga a decir que le llaman democracia pero no lo es tendrá siempre algo de razón, por muy equivocado que esté. Lo que pide la pancarta, diría que sin saberlo e incluso sin quererlo, es la total inmunidad para cualquiera que pueda ser considerado un líder político. Incluso, habría que recordar a sus redactores, si el líder en cuestión fuese miembro de la oposición constitucionalista.

Será entonces una opinión absurda en su planteamiento y peligrosa en sus consecuencias, pero opinión al fin y al cabo. Y más allá de la cuestión de si cabe exhibir estas opiniones en un campo de fútbol y de quién tiene o debería tener potestad para decidir sobre el particular, el debate fundamental en nuestras sociedades libres y democráticas sigue siendo la importancia de diferenciar entre hechos y opiniones. Del s.XX y sus totalitarismos creímos aprender que la capacidad de diferenciar entre verdad y mentira y hechos y opiniones es fundamental para salvaguardar la libertad. Porque allí donde estas distinciones son ya irrelevantes se impone el relativismo de Estado, es decir, la tiranía totalitaria. Pero no quiere decir únicamente que debamos proteger a los hechos de la tiranía de la opinión, sino que también debemos proteger a la opinión frente a aquella tiranía de los hechos que consiste en tomar por hechos incontestables cosas que son, podrían o deberían ser objeto de discusión.

El ámbito de la libre discusión democrática es necesariamente el ámbito de la opinión, aunque sólo fuese porque sobre el hecho hay mucho que conocer pero poco que discutir. Del olvido de esta diferencia es de donde sale también el peligro de tanto censor disfrazado de denunciante de bulos y fake news, que no deja de encontrarlos porque no deja de confundir hechos y opiniones para condenar las opiniones ajenas sin proteger con eso ninguna verdad ni ninguna libertad. La discusión sobre qué es y qué debería ser la democracia es connatural a la propia democracia. Y por absurda que sea o que parezca a veces la discusión, es evidente que no podemos darla por terminada sin terminar al mismo tiempo con la democracia tal como la conocemos.

2.10.19

Buenérrimos

A Jürgen Klopp le dieron el trofeo al mejor entrenador de la temporada pasada y lo agradeció con un discurso muy celebrado por lo socialmente comprometido. Pocas semanas antes, Eric Cantona, en una ocasión similar, hizo un discurso bastante incomprensible pero en el que parece ser que advertía sobre la catástrofe venidera y mostraba también su compromiso social. El mundo del fútbol parece saber lo que se espera de él y responde en consecuencia. Esperamos que sean ricos, que tengan éxito y que sean padres ejemplares para sus hijos y para toda la sociedad. Por eso, en estos casos, discursos como los de Cantona siempre tienen más gracia. Por lo confuso del mensaje y por lo auténtico del personaje. Auténtico llamamos a aquello que le hace ponerse unos espaguetis por sombrero para burlarse de Neymar, de sus peinados y de sus florituras, y auténtico era también aquello que le hacía saltar lleno de ira contra el público rival y pelearse con las abuelas del equipo contrario como hacía cuando era todavía una leyenda en construcción. Hay algo complejo en estas gentes que se pierde, como en todos, cuando les pedimos que sean perfectos. Es normal y casi necesario que el discurso le salga confuso a un tipo como él y mucho más claro a un tipo como Klopp.

Porque Klopp es el malo que gusta ahora en el mundo del fútbol. Es un poco aquello que antes se llamaba un metrosexual, con esas gafas tan modernas y esa barba canosa tan bien recortada y que parece ser que gusta tanto entre las mujeres y algunos hombres, de Liverpool y más allá, porque es la perfecta sofisticación, que disimula pero no esconde, de la virilidad que se espera de un buen deportista. Tanto cuidado en las formas, palabras y procederes pueden disimular, pero no esconder, la verdad que se esconde en sus silencios. Porque la verdad de Klopp y diría que de todos los deportistas, lo que los lleva a estos actos en calidad de premiados, es justo lo que allí tiene que callar. En el caso de Klopp, esta verdad se llama Pep Guardiola. Klopp pudo agradecer y agradeció, con humildad y aparente sinceridad, a su colega Pochettino esa final de Champions a la que debe el premio. Pero no pudo agradecer a Guardiola esos partidos de Premier que le robaron el título. Por aquello de que es más fácil ser generoso en la victoria que en la derrota. Pero, sobre todo, porque la rivalidad con Guardiola trasciende el juego y tiene algo de inefable, de indómito. Es una rivalidad que como tantas, como todas las grandes, surge de la casualidad en el repartimiento de camisetas y no de ningún principio moral del que pueda darse cuenta en una gala como estas. Es la rivalidad auténtica, gratuita, a la que deben sus éxitos. Que no se puede explicar porque no se puede entender. Porque sale del mismo carácter, de la misma pulsión que les lleva al éxito. Es la verdad que hay que esconder para parecer moral. Por eso, cuando les pedimos que sean perfectos les pedimos que nos engañen. Y bien estará, mientras nosotros sigamos dispuestos a dejarnos engañar y ellos sigan dispuestos a las maldades y las hipocresías que sean necesarias para seguir ganando.

20.9.19

In porno veritas

La discusión sobre el topless en las piscinas públicas en seguida dio paso a la prescripción del topless entre niñas preadolescentes. Se trataba, según leí, de evitar que el bikini de dos piezas erotizase el pecho femenino. Cabe preguntarse por qué.

La preocupación no venía de la mirada que ese pequeño e inútil sujetador pudiese suscitar en el bañista sino de la actitud que fomenta en las niñas. Se trataba, se trata, de educarlas para que conciban sus pechos en plena igualdad con los pechos masculinos. Sin carga erótica suplementaria. Es el mismo principio que alienta la campaña "free the nipple" contra la censura y por la libre exhibición del pecho femenino en las redes sociales. También esta campaña insiste en la comparación con el pecho masculino, demostrando hasta qué punto buena parte del feminismo ha hecho suya la convicción, asumamos que católica, de que lo erótico debe mantenerse oculto. Se permite e incluso se reivindica la libre exhibición del pecho femenino, pero a condición de deserotizarlo. Es una concepción equivocada tanto de lo erótico como de lo libre.

De entrada, porque los pechos no pueden (des)erotitzarse a conveniencia de la última moda ideológica. Los pechos son eróticos por naturaleza. Han evolucionado para ser más grandes que los de nuestros lejanos parientes, precisamente para ser más atractivos para los hombres. Para ser indicadores de madurez sexual. Cuando se da, claro. Cuando todo lo que se da es una niña que insiste en llevar el sujetador del bikini, lo único que señalan es una niña que quiere parecer mayor. Cuando lo que se da es una madre empeñada en politizar el asunto, lo único que tenemos es una madre que quiere que las niñas sigan siendo niñas, quién sabe hasta cuándo.

Después, porque se percibe lo erótico como algo que esclaviza a la mujer y la convierte en objeto sexual al servicio del hombre. Esta es una visión muy pobre tanto de la naturaleza de eros como del hombre y que en pocos asuntos se hace tan manifiesta como en la discusión sobre la pornografía. Lo hemos vuelto a ver en reacción a una entrevista en la BBC a Mia Khalifa, ex-actriz porno americano-libanesa, retirada y arrepentida, que se hizo famosa por rodar unas escenas con velo.

La entrevista es interesante por su denuncia de la industria y debería servir como advertencia a cualquier joven que, como ella, pretenda “hacer porno como su pequeño y sucio secreto”. Pero todos sabemos que los debates sobre la industria suelen ser excusas para denunciar la pornografía y su naturaleza supuestamente violenta, explotadora y sexista. Por eso, aunque Khalifa asume “al 100%” la responsabilidad de sus errores, sus defensoras hacen con ella como suelen hacer con prostitutas e incluso azafatas: les niegan la libertad en nombre de la liberación. Si no pueden aceptar que estas mujeres sean libres es porque no pueden reconocerse en sus decisiones. Es un razonamiento equivocado pero comprensible, porque aunque la libertad propia parece evidente en la duda y en el arrepentimiento, la de los demás es siempre misteriosa. Uno puede explicar cualquier conducta del prójimo, como mal hacen ellas, como el resultado lógico y necesario de presiones sociales, prejuicios, etc. Y es así, con este paternalismo metafísico, como suelen hablar del porno, del que tienen una visión tan negativa que les resulta inconcebible que nadie en su sano juicio se dedique a él voluntariamente. Es algo que sólo explicarían el trauma o la coacción.

Es una postura tan injusta con el porno como con sus actores. Porque, contra quienes lo denuncian como violenta explotación sexual de la mujer, lo que muestra la mayoría de las escenas no es tanto el poder de la violencia masculina como su límite. Es habitual ver al hombre sobrepasado y a merced de unas pulsiones y de unas mujeres que es incapaz de controlar. E incluso en esas escenas violentas tan denunciadas, lo que empieza como agresión masculina suele terminar en una subversión de la relación de poder y en la restauración de la normalidad de la relación sexual, donde también la mujer satisface sus bajas pasiones y sus oscuras fantasías. El hombre que usa la violencia como último recurso para satisfacer sus impulsos se descubre ante una mujer deseosa y segura de sí misma y en una situación en la que se sigue haciendo lo que a ella le da la gana.

La libertad de las mujeres será invisible, pero su liberación es, de hecho, el argumento (implícito) de casi todas las escenas, donde la protagonista actúa descaradamente en contra de lo esperado, lo prohibido y lo establecido ante la estupefacción de todas y cada una de las figuras que se pretenden de autoridad. Principalmente, claro está, las masculinas. En pocos ámbitos es tan ridículo hablar de sexo débil como en este, donde es precisamente través del sexo que la mujer toma el poder. En esto el porno es subversivo, y precisamente a esta subversión le debe Mia Khalifa su fama. El velo no hacía más que teatralizar la liberación, ¡antipatriarcal!, ante todo aquél que no finja ignorar la relación entre el velo islámico y la conducta sexual que se espera, que se exige, de sus portadoras. Es algo que no ignoraron los islamistas que la amenazaron y que no deberían ignorar las feministas que ahora pretenden defenderla.

Es algo que tampoco debería ocultarse cuando se discuten los efectos, digamos pedagógicos, de la pornografía. El porno no es más que caricatura de la naturaleza un poco grotesca y profundamente tragicómica de la sexualidad humana, y por eso las expectativas y frustraciones que genera sobre la vida sexual son sólo tan graves como las que generan las comedias románticas sobre el amor. Son las inevitables frustraciones de madurar para descubrir que ni el mundo ni las mujeres están obligados a satisfacer nuestros anhelos.

Es una lección desagradable y es normal que no quieran verla. Es la lección que tanto le costó aprender a Khalifa y que consiste en descubrir que la tan ansiada libertad tiene precio y unos efectos a menudo inesperados e indeseables. El intento de deserotizar los pechos no es más que un intento de infantilizar, de negar la naturaleza para olvidar que el verdadero peligro no viene de lo erótico o lo patriarcal sino de la inexorable impotencia de la libertad. Antes se entendía el topless, el free nipple, como un acto de empoderamiento de la mujer, que se exhibe libre y segura de sí misma, conocedora del efecto que provoca en los hombres y del poder que le confiere sobre ellos. Ahora se empeñan en deserotizar, en convertir a mujeres adultas en inocentes niñas que corretean en tetas por la playa, sin entender que eso las deja sin dominio sobre su cuerpo, su libertad y su poder.

11.9.19

Los padres de Greta

Lo más molesto de Greta Thumberg es lo difícil que resulta criticarla. Ante la naturaleza del fenómeno, todas las críticas parecen demasiado simples, cuando no ridículas o hasta crueles. Cómo vas a criticarle un discurso que ni siquiera es suyo. Y después está, claro que está, el tema de su enfermedad. Es joven y está enferma y eso hace siempre incómoda e indecorosa la crítica. Pero en este caso la enfermedad es mucho más que un escudo o una excusa para reclamar impunidad. En este caso, la enfermedad de Greta es el arma que ha encontrado la causa de los apocalípticos climáticos, esos pedofrastas, para hacer avanzar su agenda. Una de sus grandes dificultades era, y sigue siendo, la de hacer que unas sociedades acomodadas como la nuestra lleguen a temer por la fragilidad del planeta. Y su gran logro es que cuando la enferma Greta nos habla de fragilidad, creemos entenderla. Cuando nos habla de miedo, lo vemos en sus ojos. Así lo vemos en uno de sus últimos discursos, en el Foro Económico Mundial, donde nos advierte de que no quiere nuestra esperanza sino nuestro pánico. Greta quiere que sintamos el miedo que siente ella. Aquí Greta parece el malo de Batman o el Podemos de las buenas épocas, y sonaría a amenaza si no supiéramos ya que en esto estamos todos en el mismo barco.

Y a pesar de todo, esta unidad tiene algo triste. Greta insiste en presentar su causa como un conflicto generacional. Ella y su generación han venido como es natural a rebelarse y a cambiar el mundo, pero ya les va costando encontrar viejos que quieran preservarlo. Ya no encuentran más oposición que la de su lógica y natural impotencia. El tapón o el conflicto generacional debían o deberían servir al menos para excusar o disimular lo excesivo de las pretensiones revolucionarias, porque entre la inamovible naturaleza de las cosas y las ansias de cambio se entrometía una generación que sí podía ser criticada, combatida e incluso vencida. No parece que sea nuestro caso. Más bien parece que nuestros mayores son demasiado conscientes y se sienten demasiado culpables de sus defectos e impotencias como para defender sus logros frente a la crítica. La crítica de Greta y sus thumbergs es la misma exactamente que se hacen los mayores a sí mismos pero con algo menos de complejos y un algo más de superioridad moral. Es la crítica que los mayores quieren oír, que invitan y aplauden. Y estando ellos tan acomplejados han dejado a nuestros jóvenes sin nadie contra quién rebelarse. A veces parece que si quieren de verdad cambiar el mundo, salvarlo de sus mayores, deberían empezar a defender causas como la proliferación de las nucleares, la fabricación masiva de carne sintética o la investigación con transgénicos. Por mucho que le pese a Greta, eso incluso podría darles un poco de esperanza.

5.9.19

7.8.19

Woody Allen y los 250 normales

Dice Otegi que hay 250 presos y que habrá, por lo tanto, 250 homenajes. Lo dice para que dejemos de sorprendernos y escandalizarnos y empecemos, como exigía también otro bildu, a desdramatizar y normalizar el asunto. Porque aquí ya sólo se trata de seguir avanzando en la normalización.
Pero a mi 250 homenajes me parecen muchos y me temo que, queriendo banalizar el terrorismo, acaben sin quererlo banalizando a sus terroristas.Hay algo aquí que no han resuelto y deberían, porque la presunta necesidad histórica y la lucha colectiva en la que amparan el terror se lleva muy mal con el heroísmo individual de esos tantos que ahora pretenden celebrar. El País Vasco corre el riesgo de convertirse en el país con más héroes por metro cuadrado y así va a ser imposible identificarlos y reconocerlos y tratarlos como merecen. Con tanto héroe les va a resultar imposible lograr parecer un país normal.
Este empecinamiento en la retórica de la normalización es sólo una forma de dejar claro que su concepto de normalidad se define y se limita por la sumisión a lo que ahora llamarían su relato. Lo normal será lo que ellos digan y lo normal será, por lo tanto, su dominio totalitario. Esta reciente y recurrente insistencia explica y da sentido a su negativa a estrechar la mano de Woody Allen. Woody Allen no es bienvenido a un país empeñado en la plena normalización porque es alguien que no se cansa de mostrar y recordar hasta qué punto es lo normal imposible. Hasta qué punto es irresoluble el problema humano y por lo tanto político y hasta qué punto son por lo tanto ridículas tanto las pretensiones del terrorista libertador como las del autodenominado hombre de paz empecinado en guiarnos ahora hacia la plena reconciliación.
Cuando le preguntaron sobre el boicot de Bildu, Woody Allen respondió que no pensaba “en movimientos políticos, sociales. No estoy equipado mentalmente para tener una visión profunda de esos conflictos. Yo trato de relaciones humanas, de la gente, de la comedia”. Woody Allen no se mete en política porque esos son asuntos muy profundos y él trata de asuntos superficiales. Pero Allen sabe tan bien como Strauss o Arendt que la verdad de los asuntos políticos, incluso de los más bestias, está en la superficie. Que no hay profundidad que la mirada superficial de su comedia sobre las relaciones humanas no pueda captar.
Por eso tenía que ser Woody Allen quien viniese a mostrarnos lo ridículo de esos que ahora pretenden pasar por normales y normalizadores blanqueando el terrorismo en nombre del feminismo y la protección de la infancia. Lo cómico, cabría incluso decir, de una desorientación moral de nuestra época, que es trágica y de la que estos presuntos dignos y normales serían sólo algunos de sus más patéticos representantes.

6.8.19

18.7.19

El evolución de Errejón

A los supuestos cambios ideológicos de Errejón los llaman evolución ideológica y hacen bien porque tiene mucho más de adaptación al medio que de progreso. En realidad el cambio no lo es tanto. Es un cambio de lenguaje, digamos de retórica, de énfasis y silencios, excepto en el tema de Venezuela, que debería haber sido menor pero que siempre tuvieron por fundamental. Porque Venezuela es el experimento populista, revolucionario y liberador más parecido a Podemos y es por eso el que mejor les ha sacado los colores y las casillas. Venezuela no es una cuestión menor porque sus susurros en la oreja del tirano es lo más cerca que han estado de gobernar un Estado. O de, como dicen ellos, aplicar su programa de gobierno. Venezuela es el efecto más real que ha conocido la humanidad de sus grandes ideales y por eso que hay que volver a repreguntar sobre el tema, porque cada vez que hablan de ella y de su relación con ella se delatan. Incluso cuando lo hacen, cuando lo hace Errejón, para rectificar.

Así por ejemplo en la entrevista que le hizo Jorge Bustos hace unos días y en la que le dio, así lo dijo, la "la ocasión de retractarse de su famosa afirmación sobre las tres comidas diarias en Venezuela". Y vaya si lo hizo. Marcó literalmente distancias con Venezuela (“Cuando ves una situación de lejos hay que ser prudente”) y reconoció que Venezuela va camino de convertirse en un Estado fallido, que esa frase ya no es verdad y que no es un debate ideológico. Pero sí que lo es. El debate es ideológico y siempre lo ha sido. Porque el problema de Venezuela no son errores técnicos sino teóricos y morales y porque esa frase suya no era una mala frase en un mal momento sino un mal principio. Como frase no era, de hecho, más que el intento de excusar el fracaso de la revolución. Al menos, venía a decir, comen tres veces al día. Pero el hambre no fue nunca argumento o el motor del cambio. Lo fue en Madrid y Barcelona, pero Venezuela, con una cultura política distinta y unos pozos de petróleo más grandes, siempre permitió soñar a lo grande. Venezuela permitía soñar con asaltar los cielos, en construir la libertad. Y por eso su fracaso es un fracaso ideológico. Es el fracaso de un sueño y la constatación de que sobre un principio como el suyo nada recto puede construirse.

Si no tienen tiempo ni ganas de leer a Raymond Aron, basta con ver y entender qué le ha pasado a su queridísima Khaleesi. Podemos y sus equivalentes internacionales, con AOC a la cabeza, compartieron desde el inicio la fascinación por la "rompedora de cadenas", la liberadora de esclavos y todo lo demás y coincidirán ahora en decir que el problema es que los guionistas, el sistema, eran machistas o porque la pobre tuvo un disgusto y un mal día. La pregunta que hay que hacerles siempre es por qué crees que esta vez sí. Por qué crees que contigo sí. Porque el problema del revolucionario, lo dijo Gómez Dávila, es creer que la revolución fracasó porque no la comandaba él. Cuando en realidad el problema de la revolución es su lógica y no su liderazgo.

El problema que tienen Errejón y los podemitas con Venezuela es que solo pueden retractarse si lo hacen del todo. Si dejan de ser revolucionarios y populistas y abrazan a pecho descubierto la fe en la democracia liberal, el libre comercio y el Estado de derecho. Ese es el nuevo Errejón y la nueva izquierda que hay que esperar que encuentre o se gane “su espacio”, a codazos y a poder ser a muerte con sus antiguos amiguitos de la revolución bolivariana.

17.7.19

¿La 'Manada de Manresa'?

La bautizaron como la Manada de Manresa, pero no tienen ni punto de comparación. Lo hicieron, claro está, con la mejor de las intenciones, para demostrar las similitudes, denunciar el silencio hipócrita y defender a las víctimas (presentes y futuras). Pero la verdad es que, en lo fundamental, que no son los hechos sino sus circunstancias, este caso tiene muy poco que ver con el tristemente célebre de Pamplona.

Lo más evidente y fundamental es la raza, ¡la racialización! de los presuntos agresores, que impide que nuestra izquierda se manifieste por miedo a ser confundida con los racistas. En su defensa hay que decir que es un miedo razonable. El sentido de las manifestaciones lo define tanto la causa como la compañía y en este caso siempre se trató más de demostrar que no eran machistas ni indiferentes frente al sufrimiento femenino que de defender a una víctima que por aquél entonces ya contaba con la defensa de sus abogados, la justicia y el Estado de derecho. Si se considera que esto no basta, si se cree que se necesita algo más y se exige que la sociedad entera, como una gran familia, arrope, apoye y crea y lo grite a los cuatro vientos, es sólo porque antes se la ha criminalizado como a una sociedad heteropatriarcal de violadores y explotadores.

Es por eso que estas manifestaciones no son en realidad muestras de solidaridad con la víctima sino la representación pública de una sociedad que se pide perdón a sí misma mientras exige a los políticos que la hagan virtuosa. Quizá haya algo de racismo en el hecho de que nuestra sociedad se sienta menos culpable en el caso de Manresa (Barcelona) que en el de Pamplona, pero lo que de todos modos deja claro es que ni todo el mundo puede pedir perdón en nombre de la sociedad ni todo el mundo puede concederlo. Y es por eso y por nada más que los millones que se manifestaban antes, con tanta pompa y entusiasmo, no pueden hacerlo ahora. Porque nadie quiere ser perdonado por un racista. Y porque en realidad sólo se trataba, como de costumbre, de sentirse del lado correcto de la historia. Es decir, de la pancarta.

Y para que esto sea posible, para que haya un lado bueno y de los buenos y un lado malo y de los malos, es imprescindible que haya dos versiones de la misma historia y dos lados de la misma pancarta. Y eso es algo que había en Pamplona y que falta aquí. En Pamplona había alguien al otro lado y por eso el activismo podía, y debía, intervenir. Allí tenía la oportunidad y por lo tanto la obligación de ayudar a que la balanza de la justicia se decantase por el bien. Porque en Pamplona había un contexto e incluso un pretexto de fiesta y diversión. Existía incluso la pretensión de explicar los hechos en nombre de la libertad sexual y había además una defensa pública de los acusados. Por eso tantos se sintieron obligados a actuar y por eso había que insistir hasta la extenuación en que "no es no", que "si no es sí, es no", que "no fue consentido" y que "no fue abuso sino violación". Porque había dudas razonables.

En Manresa no se dan las condiciones. En Manresa no ha salido nadie a defender públicamente a los acusados. Ni siquiera ellos mismos. Y por eso el activista moral no ha encontrado ocasión de retomar las calles hasta que ha podido salir a responder a los racistas y xenófobos que han aprovechado el caso para acusar a los llamados menas y a todos los inmigrantes en general. Aquí sí que había conflicto, ahora sí tenían ocasión para manifestarse en favor del bien y en contra del mal y algunos de los más encontraron excusa hasta para recordarnos que no deberíamos criminalizar a estos chicos sino a los hombres sin distinciones de raza, cultura o religión.

A pesar de todo esto, la cuestión fundamental no está en los acusados sino en la presunta víctima. En el hecho, sólo aparentemente paradójico, de que en el caso de La Manada, la auténtica, no había víctima. Es verdad que un pequeño reducto de sádicos y morbosos sabía de ella, pero para los demás, para la gran mayoría de la sociedad y para la totalidad de los nobles, la de Pamplona era una víctima elíptica en la que se creía a ciegas, parodiando a la diosa justicia, porque sólo de esa forma se podía creer con la fe y la devoción que exigía su unánime y simbólica defensa. No hace falta recordar la que montó Arcadi Espada cuando preguntó si alguno de sus defensores públicos sabía algo sobre sus usos y costumbres, que era algo a todas luces relevante para el juicio real pero incompatible con el circo mediático y que era, en cualquier caso, muchos menos de lo que ya sabíamos todos sobre los entonces acusados, sus familias, sus amigos y sus circunstancias.

En Pamplona teníamos a unos acusados sin víctima y en Manresa tenemos a una víctima sin acusados. Con la agravante particularidad de que la víctima conocida no es la chica sino su tío, y esta diferencia de género, se comprende, lo cambia todo. Porque el tío de la víctima es un hombre fuerte y tatuado que grita y que llora y que explica unas cosas espantosas y que casi se pega con uno de los acusados. Este hombre no es la joven pura e inocente que merece y necesita del cuidado y protección de toda una sociedad. Este hombre no es víctima de una historia de opresión sino la víctima real de un posible crimen real y aunque dice que le basta la protección del sistema y de los tribunales, de la justicia, es evidente que no le puede bastar. Este hombre es humano, demasiado humano para despertar la solidaridad de las masas. Es un hombre que cuando grita que no fue abuso sino violación no dice nada que no sepamos ya, que no creamos ya, y que nos demuestra así que no necesita de nuestra defensa sino de nuestro consuelo. Y la masa no está para esto.

Por eso, por mucho que quieran ahora solidarizarse con él y por mucho que se exijan para él las atenciones que se tuvieron con la víctima de Pamplona, la verdad es que no podrían construir una masa a su alrededor sin pervertir e instrumentalizar su causa. Porque este hombre y su familia necesitan nuestro respeto, y no nuestra fe. El respeto de no aprovecharnos de su dolor, de no usar su tragedia como una bandera ideológica y de no convertir esos vídeos que circulan por las redes en armas arrojadizas contra la hipocresía de todos esos ochomesinos que ahora guardan un escrupuloso silencio. Compartir esos vídeos es usar el dolor de una chica, de un tío y de toda una familia para sacar un rédito ideológico y político. Un hipócrita ejercicio de exhibicionismo moral. Que es justo lo que se criticaba. Y justo lo que hay que evitar.

Artículo publicado en ElMundo

11.7.19

Pacto contratiempo

Los partidos independentistas andan estos días peleados porque ambos han cometido el pecado de pactar alcaldías y demás poderes con el PSC, partido también conocido como el del 155. Este nombre se lo habían ido adjudicando en exclusiva un poco porque de los otros dos ya ni se habla y un poco también como advertencia para evitar caer en las viejas tentaciones y conveniencias de pactar con ellos. La advertencia no ha servido para nada y esa es una noticia importante.

Lo es, sobre todo, ahora que lo hace JxCat porque es quien presuntamente tenía menos "argumentos" para hacerlo. Con este gesto, JxCat se ha demostrado a sí mismo y, peor aún, ha demostrado a ERC y sus voceros, que puede haber alternativa y en ocasiones hasta beneficio a la unión de las fuerzas independentistas en torno a la estéril y peligrosa retórica de la unilateralidad. Desde el inicio del proceso, JxCat y sus distintas marcas electorales han visto su política de pactos y, por lo tanto, sus posibilidades de tocar poder, a la unión con ERC. ERC, por su parte, ha mantenido siempre como amenaza y como esperanza la posibilidad de pactar con las fuerzas "de izquierdas" y/o "favorables al derecho a decidir". Podían así pactar con Podemos (están, de hecho, y según Rufián, "condenados" a pactar con ellos) y han podido también pactar con socialistas y cuperos cuando les ha convenido. Su situación recuerda ahora a la de aquellos matrimonios abiertos (de las películas) en el que peor lo acaba pasando es quien más felices se las prometía.

JxCat no tenía a nadie más y eso ha sido, también, fundamental para el procés. Como del inevitable fracaso del unilateralismo sólo se salía por la izquierda, JxCat tenía todos los incentivos para seguir hasta el final porque en la renuncia no tenía ni un futuro que ganar. No tenía futuro porque no tenía ninguno de los tags políticos de moda. No podía hacer un pacto de izquierdas porque no parece lo suficientemente de izquierdas y no podía hacer un pacto independentista porque el pacto ya estaba hecho. No podía ampliar la base porque a su derecha sólo hay españoles y no podía representar el regeneracionismo pseudo-populista porque, como no se cansan de recordarle sus únicos y queridos aliados, es y siempre será el partido del 3%. A parte de este aroma a corrupción, lo único que le quedaba de lo que fue, y lo único que podría justificarle un gobierno -la centralidad, la gestión, la defensa de los amplios consensos del catalanismo y estas cosas que otrora fueron importantes- es justo lo que lleva años ridiculizando.

Para el independentismo, el pacto con el PSC es a día de hoy injustificable. Pero es también perfectamente comprensible. Porque el pacto con el PSC hace evidente, y por eso molesta, que los dos partidos que han liderado el proceso independentista están pensando en clave post-proceso más que en clave independentista. El pacto con el PSC evidencia que el proceso está muerto y la legislatura también y da razones para esa esperanza, fundamental de la democracia, en que la persecución del poder y de los propios intereses tienda a redundar al fin en beneficio de toda la sociedad. Evidencia que, poquito a poco, los partidos independentistas se van a ir viendo obligados a hacer de la necesidad virtud.

Artículo publicado en TheObjective

27.6.19

Otegi no es Goebbels

Nos recuerdan por ahí que Chaves Nogales entrevistó a Goebbels. Como queriendo decir que entrevistar a Otegi no está tan mal. Se dice a menudo que hay que entrevistar incluso a Hitler como si de Hitler para abajo fuésemos todos entrevistables, pero es justo al revés. Él es el único que seguro que tiene una entrevista y somos todos los demás, de Hitler para abajo, quienes nos la tenemos que ganar. La fama no premia la virtud.
Por eso no está de más recordar que Otegi no es Goebbels y que entrevistarlo a él es mucho menos interesante y por eso mucho más polémico que entrevistar a Goebbels. Están las consideraciones sobre el nivel y la sofisticación de la maldad, porque la de Otegi es más vulgar y simple y por eso mucho menos interesante. Está también la significación histórica, que para qué entrar. Y está finalmente y sobre todo y por la tiranía de la audiencia lo excepcional de la ocasión. La entrevista a Otegi no es interesante porque Otegi ni dice nada interesante ni dice nada nuevo. Quien quiera saber lo que piensa Otegi puede ir a su twitter o leer o escuchar o ver los centenares de entrevistas que ya se le han hecho y se le siguen haciendo. Por eso entrevistar a Otegi es sólo entrevistar a un (actor) político y uno debe cuidarse mucho de conceder entrevistas a estas gentes y de cómo las conduce si no quiere verse convertido en cómplice de su más burda propaganda.