La culpa es de los singles y de esa teorĂa del 80/20 segĂºn la cual el 80% de las mujeres sĂ³lo se siente atraĂda por el 20% de los hombres.
Y el gran problema de esta teorĂa del 80/20 es que es bĂ¡sicamente cierta. Y que encaja con la experiencia de la inmensa mayorĂa de los niños de trece años, que son naturalmente incels, y la explica a la perfecciĂ³n. Como el protagonista de Adolescencia.
A diferencia, claro estĂ¡, de tantas otras teorĂas sobre las relaciones sexoafectivas entre gĂ©neros, mucho mĂ¡s bien sonantes, que los adolescentes tambiĂ©n conocen, que tambiĂ©n reciben machaconamente y que tambiĂ©n escuchan con atenciĂ³n variable. Pero que, evidentemente, no se creen.
Pero la teorĂa del 80/20, siendo bĂ¡sicamente cierta, es sĂ³lo una parte de la verdad.
Y la otra parte no se la explicarĂ¡, porque no puede, ninguna de sus escandalizadas profesoras, naturalmente feministas y naturalmente progresistas. Ni se la explicarĂ¡ tampoco ninguno de sus profesores, porque casi no tienen ninguno y porque los que tienen son naturalmente feministas y naturalmente progresistas.
Y parece ser que tampoco se la explicarĂ¡n esos gurĂºs que dice que corren por internet corrompiendo a nuestros jĂ³venes con sus dolorosas verdades.
La verdad la podrĂan aprender solitos y a gran coste. Pero no estĂ¡ mal que alguien se la recuerde de vez en cuando para hacer algo mĂ¡s llevadero el disgusto de ser adolescente.
Consiste, simplemente, en aceptar que el hombre se hace. Que su hombrĂa y su atractivo no son evidentes. Que no basta con esa pelusilla en el labio superior.
Es algo que ya intuyen. Por eso a esas edades empiezan a hacer chistes de marranadas que a menudo ni siquiera entienden y por eso pasan de llamar tontas a las chicas, para explicar por quĂ© no quieren jugar con ellas a saltar la comba, a llamarlas putas porque ahora ellas, de un dĂa para otro, prefieren a los mĂ¡s mayores y malotes.
No puede sorprendernos tanto, porque los pobres niños incels no son los Ăºnicos que desprecian lo que querrĂan tener y no pueden.
Se entiende todo a la perfecciĂ³n, pero no se acepta con igual facilidad.
Y hay que aceptarlo.
Hay que aceptar, bĂ¡sicamente, que no sirve de nada culpar a la realidad y que es mucho mĂ¡s Ăºtil e interesante tratar de entenderla.
Pero esto es algo que tampoco les explicarĂ¡ toda esta generaciĂ³n de escandalizados profesionales, precisamente, del arte de negar la realidad. Incluso en este tema y en esta estadĂstica, donde tantas feministas han salido corriendo a decir que es mentira y que es indignante y que ademĂ¡s es culpa de los hombres.
Que si los niños no follan es porque no son lo suficientemente feministas y que hay que deconstruirse un poco mĂ¡s para gustar.
En realidad, un poco menos.
Porque son teorĂas absurdas que no puede creerse un niño de trece años que sepa quiĂ©n le gusta a la guapa de la clase y con quiĂ©n se ha dado el primer morreo.
Pero hay que reconocer que cuando las feministas y sus aliados salen a negar la evidencia y exigen que nos "trabajemos" dicen bien, aunque sea por error.
Porque lo que puede llegar a hacer atractivo al 80% de los hombres requiere de mucho trabajo. El estatus, el dinero y que ellas cumplan los treinta son cosas que ayudan mucho, pero que requieren de tiempo y de esfuerzo.
Es, de nuevo, algo que saben perfectamente los adolescentes, obsesionados como nunca en hacer burpies y press-banca y en invertir en cripto.
Y es algo que, lĂ³gicamente, tiene muy preocupadas a las feministas, empeñadas en descubrir lo tĂ³xico en cualquier expresiĂ³n de masculinidad.
Y tambiĂ©n por otra cosa, que es mucho peor y mucho mĂ¡s triste. Porque el problema de la teorĂa del 80/20 es que es infalible en el tipo de relaciones que prima y promueve nuestra sociedad, e incluso nuestro feminismo, en nombre de la libertad, la experimentaciĂ³n y la liberaciĂ³n sexual de las mujeres.
Es lo que explica que apps como Tinder funcionen perfectamente para el 20% de los hombres (con buen trabajo, buenas espaldas y buena altura, por encima del 1,80 m) y es una pérdida de tiempo, paciencia y autoestima para el 80% restante.
En este tipo tan particular de relaciĂ³n, la regla del 80/20 es infalible y tiene efectos terribles para casi todos.
Para ellos, porque en realidad las Ăºnicas que pueden comportarse como autĂ©nticos hombres son ellas. El mercado sexual estĂ¡ a sus pies y son ellas (y ese supuesto 20%, que hoy ya serĂ¡ menos) las Ăºnicas que pueden ligar cada dĂa con uno distinto y sin compromiso si asĂ lo desean.
Y para ellas porque, como muy bien dicen las feministas, entre ese 20% de machos que tienen a su disposiciĂ³n la prĂ¡ctica totalidad de las usuarias no se encuentran los hombres comprometidos y deconstruĂdos que a ellas les gustarĂa que les gustasen.
Oh, sorpresa.
Si el 80/20 les pesa tanto a los adolescentes, a las feministas, a las profes y a los padres implicados es, simplemente porque estas son el tipo de relaciones que esperamos de nuestros jĂ³venes.
Y porque cada vez hay menos adultos que en la escuela, en los medios, en la polĂtica (ni siquiera en la familia, tan a menudo separada), le presente a ese 80%, tanto en el discurso como en el ejemplo, modelos de Ă©xito a los que sea razonable aspirar.
El problema, bĂ¡sicamente, es que el tipo de relaciĂ³n que se promueve es el tipo de relaciĂ³n donde la ley del 80/20 impera y castiga mĂ¡s.
Normal que les joda.