Sánchez consiguió domesticar a Esquerra y asà la tiene, dividida y enfrentada y sin saber qué es susto y qué es muerte; si gobernar con Illa, opositar con Junts o presentarse a nuevas elecciones sin lÃder, sin proyecto y con un partido partido.
Junts habrá tomado nota, aunque tomar nota no es nunca suficiente. Porque también Junts tiene que elegir entre el riesgo de morir aplastado por el abrazo del oso Sánchez o por la esterilidad de una oposición al sistema y por sistema. Las cosas se viven con tanto tremendismo que parecerÃa que esta legislatura, o las posibles elecciones anticipadas en Cataluña, pudieran ser las últimas de los partidos del procés.
Ante este panorama, la feliz coincidencia de la visita de Sánchez a la Generalitat con las votaciones sobre déficit y extranjerÃa en el Congreso permite entender un poco mejor lo que es realmente España como trama de afectos y lo que significa la solidaridad interterritorial.
Quedarán patriotas en España que crean realmente en esa solidaridad. Y quedarán buenas gentes, supongo yo que progresistas, que crean en la necesidad de ayudar al inmigrante ilegal desembarque donde desembarque y gobierne quien gobierne.
Pero la polÃtica no suele ir de eso, y tanto el pactismo de Junts como el giro retórico hacia la izquierda que ha hecho durante el procés empieza a encontrar sus lÃmites. En Aliança Catalana, quizás en Vox, pero, sobre todo, en una demografia muy contraria a los intereses del nacionalismo catalán a medio y largo plazo.
Los gobernantes usan la immigración para cumplir el sueño húmedo de Bertolt Brecht y elegirse un pueblo a medida. Asà nos dicen los socialdemócratas que necesitamos unos cuantos millones de inmigrantes más para pagar las pensiones y mantener el sistema, asà suele decirse que el Madrid liberal de Ayuso elige sudamericanos acaudalados que compren pisos, monten empresas y consuman, y asà Cataluña solÃa preferir immigrantes más predispuestos a aprender catalán. Pero esta apuesta nacionalista tiene un lÃmite.
Y es normal y necesario que Junts vote en contra de lo que sólo sirve para afianzar la lógica de la solidaridad interterritorial y el poder de Sánchez.
Hasta ahora, Sánchez ha sabido ahondar en las contradicciones de Junts para arrastrarlo al pactismo y conseguir que ahora centren su discurso y sus exigencias en las ejecuciones presupuestarias y cosas asÃ. Junts ya no es un partido que esté por el bloqueo de la polÃtica española, por mucho que le guste, a veces, fingirlo. Ya no es un partido enrocado en el resistencialismo al que le da lo mismo que gobierne Vox o Podemos. Y no lo ha sido, de hecho, nunca, porque Junts es un partido que nació desde el poder y para el poder.
Junts es un partido desfigurado ideológicamente pero con una clara voluntad de poder. No es un partido de orden al que pueda llamarse en los momentos crÃticos y no es, claramente, un partido al que pueda convencerse en nombre del interés general de España. Junts es un agente del caos, pero sólo en la medida en que este caos sirva para hacer avanzar sus intereses electorales.
Y este es justo el escenario en el que nos encontramos. El PSOE puede darle muchas más cosas. Incluso dárselas de verdad, digamos. Pero el PSOE no puede, en estos momentos, darle lo único que le interesa. Porque en las últimas elecciones catalanas, el PSC ganó demasiado. Y ahora no hay ningún pacto posible que entregue el poder en Cataluña a Junts que no sea una humillación para Illa e incluso para Sánchez. Ni nada que pueda ofrecer a Esquerra para salvarla de su crisis existencial.
Junts se va a aprovechar de esta debilidad todo lo que pueda, porque su única esperanza es la repetición electoral.