25.7.24

El PSC ganó demasiado, y Junts se lo quiere hacer pagar

Sánchez consiguió domesticar a Esquerra y así la tiene, dividida y enfrentada y sin saber qué es susto y qué es muerte; si gobernar con Illa, opositar con Junts o presentarse a nuevas elecciones sin líder, sin proyecto y con un partido partido. 

Junts habrá tomado nota, aunque tomar nota no es nunca suficiente. Porque también Junts tiene que elegir entre el riesgo de morir aplastado por el abrazo del oso Sánchez o por la esterilidad de una oposición al sistema y por sistema. Las cosas se viven con tanto tremendismo que parecería que esta legislatura, o las posibles elecciones anticipadas en Cataluña, pudieran ser las últimas de los partidos del procés.

Ante este panorama, la feliz coincidencia de la visita de Sánchez a la Generalitat con las votaciones sobre déficit y extranjería en el Congreso permite entender un poco mejor lo que es realmente España como trama de afectos y lo que significa la solidaridad interterritorial. 

Quedarán patriotas en España que crean realmente en esa solidaridad. Y quedarán buenas gentes, supongo yo que progresistas, que crean en la necesidad de ayudar al inmigrante ilegal desembarque donde desembarque y gobierne quien gobierne. 

Pero la política no suele ir de eso, y tanto el pactismo de Junts como el giro retórico hacia la izquierda que ha hecho durante el procés empieza a encontrar sus límites. En Aliança Catalana, quizás en Vox, pero, sobre todo, en una demografia muy contraria a los intereses del nacionalismo catalán a medio y largo plazo. 

Los gobernantes usan la immigración para cumplir el sueño húmedo de Bertolt Brecht y elegirse un pueblo a medida. Así nos dicen los socialdemócratas que necesitamos unos cuantos millones de inmigrantes más para pagar las pensiones y mantener el sistema, así suele decirse que el Madrid liberal de Ayuso elige sudamericanos acaudalados que compren pisos, monten empresas y consuman, y así Cataluña solía preferir immigrantes más predispuestos a aprender catalán. Pero esta apuesta nacionalista tiene un límite.

Y es normal y necesario que Junts vote en contra de lo que sólo sirve para afianzar la lógica de la solidaridad interterritorial y el poder de Sánchez.

Hasta ahora, Sánchez ha sabido ahondar en las contradicciones de Junts para arrastrarlo al pactismo y conseguir que ahora centren su discurso y sus exigencias en las ejecuciones presupuestarias y cosas así. Junts ya no es un partido que esté por el bloqueo de la política española, por mucho que le guste, a veces, fingirlo. Ya no es un partido enrocado en el resistencialismo al que le da lo mismo que gobierne Vox o Podemos. Y no lo ha sido, de hecho, nunca, porque Junts es un partido que nació desde el poder y para el poder.

Junts es un partido desfigurado ideológicamente pero con una clara voluntad de poder. No es un partido de orden al que pueda llamarse en los momentos críticos y no es, claramente, un partido al que pueda convencerse en nombre del interés general de España. Junts es un agente del caos, pero sólo en la medida en que este caos sirva para hacer avanzar sus intereses electorales.

Y este es justo el escenario en el que nos encontramos. El PSOE puede darle muchas más cosas. Incluso dárselas de verdad, digamos. Pero el PSOE no puede, en estos momentos, darle lo único que le interesa. Porque en las últimas elecciones catalanas, el PSC ganó demasiado. Y ahora no hay ningún pacto posible que entregue el poder en Cataluña a Junts que no sea una humillación para Illa e incluso para Sánchez. Ni nada que pueda ofrecer a Esquerra para salvarla de su crisis existencial. 

Junts se va a aprovechar de esta debilidad todo lo que pueda, porque su única esperanza es la repetición electoral.

21.7.24

Lo del Instituto de las Mujeres no es corrupción, es poscorrupción

Hay una ley de la política moderna que afirma que cualquier causa noble tiende por naturaleza a verse reducida a chiringuito para colocar amigotes, comprar favores y conformar voluntades. Y el feminismo gubernamental no es, precisamente, una excepción.

Así, es muy difícil ver que las políticas de género hayan mejorado en nada, en ningún aspecto objetivo y cuantificable, la vida de las mujeres españolas. Pero es indudable que han servido para mejorar, y mucho, la vida de algunas mujeres españolas.

También hay mujeres más iguales que otras y no son pocas las que en nombre de la igualdad se han distinguido de sus semejantes en proyección pública, poder y dinero. Podría decirse que he visto a las mejores mentes de mi generación podridas por las becas de investigación en estudios de género. Y de la anterior y de la siguiente.

Porque en esta corrupción hay algo más, que es la justificación ideológica, más o menos implícita, de lo conveniente que es que haya quien se lo lleve crudo.

Porque no todo el mundo sirve para estas cosas. Hay que ser muy de una manera, muy suyo, muy de los suyos, y haber estudiado cosas muy concretas y de una forma muy particular para hacer bien lo que aquí de verdad importa. Para estar realmente a la altura de las tareas que aquí se financian tan generosamente.

El nepotismo, la patrimonialización de las instituciones, el clientelismo… todo esto es, evidentemente, muy feo, pero es una corrupción muy común porque proviene de vicios muy naturales que comprende bien cualquier hijo de vecino. Es decir, cualquiera que tenga familiares y amigos. Es la corrupción que amenaza a cualquier humano que logre tocar un poco de poder y de presupuesto público.

La gracia y el peligro de este tipo de corrupción es que es perfectamente lógica y necesaria. Porque hay un tipo determinado de tareas que sólo los propios están capacitados para realizar como es debido.

Uno puede jugar a imaginar a muchos candidatos para el Ministerio de Economía, el de Interior, el de Justicia, el de Cultura… para los clásicos, digamos. Pero ¿cuántos candidatos salen para el de Igualdad?

Ministra de Igualdad podía ser Irene Montero y poca gente más. Las hermanas Serra, quizás, pero poca gente más. Y con todos estos talleres y Puntos Violeta pasa lógicamente lo mismo.

¿Quién podría impartir un buen taller de estos? Hay que ir con mucho cuidado al decidir en manos de quién se dejan estas cosas.

¿Quién podría realmente gestionar como la Igualdad manda uno de estos Puntos Violeta? ¿Quién, sino ellos?

¿De verdad creemos que habría alguien mejor? ¿Más capacitado? ¿Mejor preparado?

Porque lo normal sería no saber ni que existen. Y, de saberlo, lo normal sería estar en contra del despilfarro inútil y no querer tener nada que ver con eso. Puestos a gestionarlos, lo normal sería hacerlo fatal.

Así que lo que aquí tenemos no es ningún tipo de apropiación indebida, sino de la salvaguarda del proyecto frente a los impedimentos de los contrarios y de las inercias "garantistas" del sistema. Es un poco lo mismo que con la famosa ley del sí es sí, ahora que, como decía la ministra única, "ya sabemos que no hay leyes injustas", sino únicamente leyes cuya aplicación no está totalmente en sus manos.

No hay nada malo si está bajo su mando. El problema es que estas cosas caigan en manos equivocadas.

De ahí que estas corrupciones no sean como las demás. La corrupción normal rinde, en el fondo, un cierto homenaje a la ley y a la moral, por cuando necesita de ella para presentarse como su excepción. Y así refuerza su carácter legal, moral, normal e incluso ideal.

La corrupción ideológica a la que nos referimos, la poscorrupción, es indiferente a la distinción entre lo legal y lo ilegal del mismo modo en que la posverdad lo es a la distinción entre verdad y mentira. Por eso, no trabaja nunca, ni por accidente, ni por involuntario y ejemplar martirio, a favor del sistema sino siempre, sistemáticamente, en su contra. Corrompiéndolo y vaciándolo de sentido.

Al fin, si sólo ellos podrían hacer gestionar bien estos asuntos, ¿a qué viene el sistema a obligar a concursos abiertos y semejantes ridiculeces? Es el sistema, y no ellos, el que obliga a presentar competidores simulados a unos concursos y a unos trabajos en los que ni hay ni debería haber competidor cualificado ninguno. Y es el sistema el que impide el "yo me lo guiso yo me lo como" de las mujeres empoderadas que nunca jamás deberían verse obligadas a cocinar leyes y canonjías para que las disfruten otros.

Asó que lo del Instituto de la Mujer no son presuntas corruptelas. Es poscorrupción, y es de justicia.