27.7.23

A llorar a Waterloo

Veo a Ayuso muy convencida y a Sánchez muy tranquilo, pero no estoy seguro de que los socialistas tengan realmente cerrado un pacto con Puigdemont. Y más bien parece que la tranquilidad de Sánchez por tener que pactar con el partido de la "extrema derecha nacionalista catalana" demuestra que todo esto sirve como insulto, pero que no se lo cree casi nadie.

Que no se lo creen, evidentemente, los socialistas. Y no se lo creen sus socios, por mucho que lo repitan siempre que encuentran la ocasión. No se lo cree, evidentemente, el propio Puigdemont, ni su partido o su movimiento o lo que sea, que no paran de reivindicarse como partido de izquierdas.

"Extrema derecha nacionalista" es una manera de mantener vivos los complejos convergentes por haber pactado con el PP. Y es paradójico, o no tanto, que sólo la derecha centrista y moderada madrileña haya asumido como cierto el insulto. Son los únicos que insisten estos días, para fingir sorpresa ante lo obvio, en decir que Sánchez va a pactar con la "extrema derecha nacionalista". Parece que llamarle nacionalista ya no es insulto suficiente.

Pero esta "extrema derecha nacionalista" tiene un programa social y económico más progre que la derecha moderadísima y socialdemócrata de Feijóo, y no digamos ya que la de Ayuso. "Extrema derecha nacionalista" es sólo la forma de mostrar sus complejos como derecha y sus miedos como centralista, y de disimular o excusar su soledad ideológica.

Y la realidad es que en este país, ya ni siquiera el PNV, el partido jeltzale, el de "Dios y leyes viejas", se atreve a declararse de derechas. O sea, que ni siquiera el PNV se atreve a sentarse a negociar nada importante con el PP mientras ¿exista? Vox.

Es decir, que "el PP no suma sin Vox ni puede sumar con Vox mientras Vox exista".

Eso explica la tranquilidad de Sánchez. Pero sólo en parte.

Sánchez sabe que Puigdemont no tiene ningún incentivo ideológico para facilitar un gobierno del PP y de Vox. Y que sus complejos ideológicos son, precisamente, lo que lo hace susceptible al chantaje moral de ser culpable del ascenso de la derecha extremizada (o como le llamen ahora) al poder.

La tranquilidad de Sánchez es una pose que costaría entender en un contexto normal. En un contexto normal, el PSOE hace dos días que le robó la alcaldía de Barcelona al candidato de Junts, Xavier Trias.

En un contexto normal, la alcaldía sería ahora moneda de cambio, quizás insuficiente, pero necesaria, para garantizarse el apoyo a la investidura. Pero tanto Trias como Collboni, el alcalde socialista, han dicho que la alcaldía no será moneda de cambio. Podría ser que para venderse incluso más barato, o podría ser que este no fuese un contexto normal.

Que los términos de partida de Junts sean otros, y que sean la amnistía y el referéndum, es algo más que una postura maximalista para empezar la negociación. Porque no son términos que acepten mucha rebaja. Una amnistía rebajada es lo que ya tienen la mayoría de los líderes del procés y lo que tendría o tendrá Puigdemont cuando toque, y gobierne quien gobierne.

El referéndum rebajado sería una consulta no vinculante, y eso podría ser demasiado incluso para Sánchez, que quizás prefiera ir a una repetición electoral con la dignidad reforzada por haberle puesto límite a la extrema derecha nacionalista.

Lo que Puigdemont pide, Sánchez no puede dárselo. Y lo que Sánchez puede darle es lo que a Puigdemont menos le conviene. Que es lo que han conseguido Rufián y los suyos y que es lo que están pagando ya en las urnas, elección tras elección. Lo que ERC ha conseguido de Sánchez ha sido muy bueno para los líderes independentistas, pero no para los votantes independentistas, ni para los catalanes en general.

Las prebendas han sido, básicamente, los indultos, que benefician sólo a los políticos, y la reforma del Código Penal, que también les beneficia a ellos. El pactismo, la moderación de ERC, el abrazo del oso sanchista, es justo lo que Puigdemont ha intentado evitar hasta ahora, por radicalismo tanto como por pragmatismo, y parece ser que las últimas elecciones le han ido dando la razón.

ERC ha pagado su moderación y sensatez mucho más que Puigdemont su encastillamiento en Waterloo. Y si había una alternativa pactista en Junts, el PP y el PSOE se encargaron de dinamitarla en Barcelona. Fue una advertencia y es muy probable que Waterloo tomase buena nota de ella.

A Puigdemont y los suyos no les conviene electoralmente ni les compensa personalmente convertir a Junts en otra ERC. Ni se lo perdonarían sus electores ni se lo perdonarían esos miles de independentistas que han optado por la abstención y a quienes no parece darles ningún miedo un gobierno PP-Vox y mucho menos unas nuevas elecciones.

Puigdemont debe de saber mejor que nadie que a estas alturas para el independentista auténtico no hay mayor sueño que el de una España ingobernable.

21.7.23

Feijóo mintió, ¡qué alivio!

Feijóo mintió, para alivio y sosiego de los deontólogos del periodismo y la democracia.

Se ha celebrado como un triunfo de la democracia, casi como un nuevo pacto con Bildu, que Feijóo mintiese y, sobre todo, que rectificase. Porque es sabido que nuestra derecha sólo es plenamente democrática y homologable a las derechas modernas de las democracias más avanzadas de Europa cuando pierde. O cuando parece, al menos, que no gana. 

Y ha sido una gran noticia para el periodismo e incluso para el articulismo, porque gracias a Intxaurrondo pero, sobre todo, gracias a Feijóo, ahora, en estos últimos días de campaña, ya son posibles y democráticas las entrevistas incisivas y las sesudas reflexiones sobre el peligro de la mentira para la calidad de nuestra democracia.

Se comprende el alivio de tantos, porque escribir sobre política española estos últimos años sin haber podido escribir sobre la mentira y lo que supone tiene que haber sido un auténtico suplicio. Y si bien es cierto que esto llega ya justo para salvar esta legislatura, seguro que en la que viene y gracias a este ejemplo para la posteridad, el periodismo patrio dará un salto de calidad que nos homologará, también en esto, con las democracias más avanzadas. 

Siendo todo esto muy bueno para todos, cómo no iba a serlo para el PP. Habiéndole dado la oportunidad, casi la orden, de rectificar, a Feijóo le han dado también la oportunidad, incluso la excusa, de recordar a quien quiera escucharle que su mentira es la excepción y no la norma. Que si miente, rectifica, porque él miente por error y no por sistema. 

A eso contribuyó, muy a su pesar, la periodista Intxaurrondo al limitar su celebrada actuación a repetir "esto no es cierto" y "mis datos son fiables" mientras fruncía el ceño y ponía cara de mala leche. Porque eso de que "usted miente" es lo mismo que dicen todos todo el rato y que, beneficiando a los cínicos, pocas veces perjudica a los políticos. 

Lo que perjudica de verdad es lo que tenía que venir después, que es el periodismo ¡de datos! y las consiguientes explicaciones. Lo que faltaba aquí era que nos presentasen los datos, que llenasen de contenido esa acusación tan a menudo vacía de mentir. Que nos explicasen a nosotros, que no tenemos ni datos ni calidad democrática ni ceños fruncidos ni ná, qué es lo que hizo el PP en esas ocasiones y que obligasen al candidato a justificar su posición. 

Esta información y esta pregunta obligarían a Feijóo a dejar claro por qué miente de esta forma y sobre este tema en apariencia tan técnico como la actualización de las pensiones al IPC. Pero esa es una explicación que en este país no quieren oír ni los más incisivos de nuestros periodistas. Porque aquí la mentira fundamental, la que no es error y que no puede, por lo tanto, disculparse, es la ilusión de que nuestras pensiones las pagarán nuestros hijos y las suyas los suyos, como hemos pagado nosotros las de nuestros padres y ellos las de los suyos.

La creencia de que aquí no hay nada que ver, ni nada que repreguntar, cuando el sistema de pensiones ya no es que sea insostenible a la larga, sino que ya está lastrando nuestra economía y perjudicando la calidad de nuestra política. Y que en esta nuestra democracia homologada u homologable este debería ser un debate fundamental y no sólo una acusación partidista. 

Es normal por lo tanto el jolgorio socialdemócrata y es normal por lo tanto el susto pepero. Porque en este clima y en estos temas, que te pillen mintiendo es mucho mejor a que te obliguen a decir la verdad

14.7.23

Que te vote Indiana Jones

"Indiana Jones y el progresismo español sólo pueden imaginar argumentos con nazis". Tiene razón Claudio Ortega, como siempre.

Lo de Indiana Jones y nuestros progres es el mismo uso y abuso de la historia. Y tienen los mismos problemas.

En Indiana Jones, por ejemplo, tampoco los nazis hacen nunca, o casi nunca, cosas de nazis. Hay mucha bandera y mucho uniforme, pero en esta última han tenido que disparar a una negra para recordarnos que eran nazis y no simples arqueólogos un poco frikis, un poco excéntricos, porque el arqueólogo excéntrico es el nuestro y ellos son unos ladrones de tumbas y unos chiflados. 

Para Indiana Jones, la aventura es algo involuntario, una sucesión de casualidades e infortunios, porque la historia está cerrada y debería estar en un museo. Indiana Jones no busca la aventura, se la encuentra a su pesar. Porque su aspiración es, en el fondo, y esto parecen entenderlo muy bien sus últimas alumnas, que la historia sea aburrida. Dejarse de aventuras y volver a casa a cenar con su mujer, echar de menos a su hijo y quejarse de sus vecinos.

Pero lo que caracteriza a los nazis, en la película y en el argumentario progresista, es su empeño en mantener abierta la historia. En creer que esto no se ha acabado y que no basta con decir que algo es como muy de antes para que quede simplemente superado y pierda todo su poder. Creer que la historia puede reabrirse. Que quedan cosas gordas por hacer y resolver. Esto es lo que los convierte en malos.

Este es el principal argumento contra el independentismo y contra Vox. Contra todos aquellos que creen que el tiempo no les da ni les ha dado necesariamente la razón y que tienen todavía, si no el derecho, al menos la posibilidad, de soñar un futuro distinto, mejor.

Contra estas pretensiones ¡revisionistas!, nuestro tiempo y nuestra industria cultural nos ofrecen la nostalgia estéril de volver a luchar contra los nazis. De volver a divertirnos con las aventuras de un héroe arqueólogo. Qué extraños tiempos en los que el arqueólogo pasa por héroe. Donde la preservación del pasado, tan intacta como sea posible, pasa por ser la más urgente tarea para salvar el futuro.

Esa es la lucha contra los fanáticos que creen cosas raras. Fake news, incluso. Una lucha también aquí en nombre de la ciencia. Porque Indiana Jones cree en la ciencia como nuestro pandémico gobierno: contra toda evidencia. Y sólo para evitar que los demás hagan lo que quieran.

Y por eso es curioso, pero no tan sorprendente, que cada vez que se plantea la dicotomía entre el fanatismo y la ciencia se acabe descubriendo que el fanático irracional tenía al menos algo de razón incluso, o sobre todo, en las cosas más locas que sostenía. En los poderes sobrenaturales de las piedras y cosas así, en las que ya cree cualquier hija de vecino, y muy especialmente en la capacidad de alterar el curso del tiempo, es decir, de la historia. 

Porque ahora sabemos que volver al pasado es tan fácil como meter una papeleta de Vox en la urna y que todo progresista entienda mejor que nosotros que todos los hombres son iguales, pero que los hombres son distintos a las mujeres, y los blancos distintos a las otras razas, por ser peores.

Es una lección peligrosísima, claro. Y es normal que la tendencia de nuestro progresismo sea la de volverse conservadores. Arqueólogos. Es por eso un argumento muy recurrente contra nuestros propios y supuestos nazis el hacer ver que no tienen razón donde la tienen y el insistir en que en todo caso ya no hay nada que hacer.

Se ve bien en la polémica con la alcaldesa de Ripoll, doblemente nazi por ser independentista y de derechas. Y se ve bien en su obsesión contra el islamismo radical, que es parodiable porque parece ya como pasado de moda.

Pero cómo gestionarlo en Ripoll, que es de dónde salieron los yihadistas radicales que atentaron en las Ramblas. Para combatir sus falsas soluciones se niega y se condena su preocupación. Y se le dice al mismo tiempo y en todo caso que ella no tiene competencias para hacer lo que debería hacerse. Que ya no tiene tiempo y que ya no tiene poder y que debería resignarse y quejarse menos.

Que las cosas hay que dejarlas como están, en fin, que es lo mismo que se dice cuando se habla de replantear el aborto, la ley trans, o la eutanasia, y que es lo mismo que se decía hasta que Sánchez decretó lo contrario con respecto a la ley del 'sí es sí'. Argumento extrañamente progresista según el cual todo lo hecho, hecho está y más vale dejarlo en paz si no queremos ser acusados de nazis.

Pero ahí está la tentación y bien la conocen Indiana y nuestros progres. La tentación de "hacer historia", que es mucho más fuerte y mucho más difícil de comprender en estos tiempos que la tentación de la fama y el dinero. Es la tentación que sienten quienes tanto miedo fingen al retorno del franquismo o de los años 30.

Y es la tentación que sienten incluso esos amigos de los que hablaba Pedro Sánchez, que se sienten tan ofendidos por algunas de las cosas que se han dicho en su gobierno en nombre del feminismo. Es la tentación de creer que los más jóvenes y modernos no siempre tienen razón. Es decir, la tentación de creer que el futuro no será necesariamente mejor simplemente porque el pasado era peor. Es una tentación peligrosísima para el progresista y está bien y es simpático que sea una chica joven quien despierte a nuestro héroe del ensueño reaccionario.

Indiana y nuestros progres se han hecho conservadores. Y ya hasta ellos saben que lo más revolucionario es "parar la historia cuando el progreso nos devora".

6.7.23

20.000 € para abrirte un OnlyFans

Prometió Feijóo que los derechos LGTBI no se tocan. Y salió un cómico a advertir que estarán muy atentos de que cumpla. Lo que es cómico es ver cómo fiscalizan al Gobierno hipotético viendo lo que hacen con el Gobierno existente, que es el que les da de comer.

Y es cómico que se centren en esto, porque toda la lógica del sistema es la corrección hacia el centro. Nadie hace más de lo que promete. Y mucho menos un político centrista y moderado como Feijóo.

Siempre se incumple por defecto. Y eso es algo tan sabido, tan asumido, que explica por sí solo por qué la estrategia del miedo ya no funciona ni entre el votante independentista.

Vigilar que Feijóo no prohíba el matrimonio homosexual sería como vigilar muy mucho, con fact-checking y entrecejo de politólogo, que Yolanda Díaz no acabe regalando a los jóvenes 40.000 euros o un millón donde sólo prometió 20.000. Y de ahí que la pregunta sea siempre, entre los escépticos tanto como entre sus entusiastas, por qué no promete más, si más dinero es siempre mejor que menos.

Porque la verdad de la promesa se muestra siempre en su límite, en aquello que ni un político en campaña se atreve a prometer. Por eso salió Yolanda muy seria a decir que eso sería un poquitito de PIB y que se pagaría como se pagan siempre estas cosas. Un poco de su bolsillo, señora, y otro poco del mío. Porque el nivel es tan lamentable que ya basta con saberse un par de cifras para parecer bueno, posible y hasta razonable.

Y de ahí que sea ridículo, pero francamente interesante, ver a los suyos salir a explicar lo bien que van 20.000 €. Respiren, señores, que si hubiese que explicarlo no lo hubiese prometido. Que parece que no la conozcan. Y que nos tengan a todos por tontos.

Ya sabemos lo bien que van 20.000 €. Yo hasta tengo un Excel que me lo explica a diario. Y una fe ciega en el interés compuesto. Pero esos 20.000 € van muy bien, como todo, cuando sabes qué hacer con ellos. Es decir, cuando sabes qué hacer con tu vida. Que suele coincidir, además y por desgracia, con el momento justo en el que esos 20.000 € los has logrado ahorrar tú, por tu cuenta y esfuerzo. Y no a los 18, cuando sólo te han sido prometidos.

20.000 € pueden ser todo el Fuck you money que necesites para poder mandar a tu jefe a eso mismo y dedicarte a lo tuyo. 20.000 € a la edad correcta y en el momento justo pueden ser una magnífica herencia. Incluso la mejor de las herencias, la que te da la libertad justa para hacer lo que debes hacer con tu vida. Pero esos no son los 20.000 que promete Yolanda Díaz.

Yolanda promete, como prometen siempre los políticos, una ayuda finalista. Yolanda no quiere que te los gastes en chuches. Yolanda quiere que te los gastes en formarte o en emprender. Es decir, lo que quiere Yolanda es que esos 20.000 sirvan para financiar a notarios y Universidades, del mismo modo que las ayudas al coche eléctrico no sirven para abaratar el coche, sino para financiar a las automovilísticas.

Y es gracioso, casi cómico, que en esta su enésima promesa de Navidad para que los niños sean buenos (al menos un día al año, que esta vez cae en 23-J), lo que propone Yolanda sea exactamente lo que proponía la derecha neoliberal en la penúltima crisis, cuando se hablaba del paro juvenil como un problema. Como si tuviese solución. Que se formen y que emprendan, decían entonces.

Como ellos entonces, Yolanda está mandando a los jóvenes a pagar másters universitarios rezando para que la acumulación de títulos disimule la falta de formación. O a emprender, como si en cada uno de nosotros se escondiese un Mark Zuckerberg un poco corto de cash.

Mejor sería que los mandase directamente a hornear pasteles y a venderlos por Instagram. Aunque de todos es sabido que OnlyFans funciona mejor.