De Junqueras se decÃa que era el que mejor estaba en la cárcel. Que habÃa encontrado un cierto confort mÃstico en ella. En el lenguaje nietzscheano de aquellos a los que a-buenas-horas-mangas-verdes llaman hiperventilados, Junqueras representa la moral del esclavo que se entregó orgulloso al martirio de la justicia española mientras sus más valientes compañeros seguÃan de lucha por Europa. El junquerismo es amor, se decÃa, a sà mismo. Y lo volvió a decir en la entrevista, esperpéntica, verdaderamente vergonzosa, que concedió a TV3. Cuando Sanchis le preguntó si eso no era un poco de risa –aquà estuvo bien– respondió que del amor y de Shakespeare y de Dante y de Petrarca no se reÃa nadie en su presencia. Cuando Sanchis trató de advertirle de que no se reÃan del amor ni del bardo sino de él ya era tarde. El hinchado flotaba entre los grandes de la literatura y no volvió a aterrizar en toda la noche. Al terminar, a nadie le quedaban ganas de reÃrse. Porque este hombre está llamado, por su ego, su dios, su pueblo, sus lÃderes de opinión y sus compañeros de módulo a ser el lÃder que Cataluña necesita. Y él parece más que dispuesto a escuchar la llamada. Esto no es serio, pero tampoco es para reÃrse.
22.7.20
2.7.20
Morir de rodillas
Your are not here to verify,
Instruct yourself, or inform curiosity
Or carry report. You are here to kneel
Where prayer has been valid.
T.S.Eliot. Four quartets
Hay gente que quiere ver arder el mundo, pero la mayorÃa sólo aspira a sentirse bien haciendo el mal. Se pasa la vida buscando buenas excusas y cuando las encuentra es capaz de robar, matar, quemar ciudades y civilizaciones y de hacerlo feliz y orgullosa, sin dudas ni remordimientos, porque, como dicen los niños, “empezaron ellos". Lo hemos visto estos dÃas, lo habÃamos visto mil veces y lo veremos mil más.
Cuando los más altos ideales se mezclan con las más bajas pasiones, lo normal serÃa usar la razón de la fuerza con los nihilistas y la fuerza de la razón con los justicieros. Pero lo normal es cada vez más raro y lo habitual viene siendo callar y esperar a que amaine la tormenta. Nos averguenza defendernos porque desconfiamos de nuestra razón. Porque sabemos, con Benjamin, que todo documento de civilización es un documento de barbarie pero, sobre todo, porque olvidamos que no todo documento de barbarie es un documento de civilización. Que la barbarie es la norma y la civilización (la ley y el orden y un par o tres de cosas más) es la excepcion. Que lo normal es la esclavitud y lo raro es que Occidente la aboliese. Por eso añadÃa Benjamin que hay que leer la historia a contrapelo, que es cuando rasca.
Sólo a contrapelo se entiende que somos unos privilegiados. Y la responsabilidad que implica y el deber de gratitud que conlleva el darse cuenta de los muchos sacrificios que han sido necesarios incluso para el más pequeño de cada uno de nuestros derechos, libertades, lujos y comodidades. La enorme deuda que contraemos con sólo nacer en esta parte del mundo y en este momento de la historia; esto es lo que hace el pasado insoportable haste el punto de emprenderla con las estátuas. El pasado duele porque obliga.
Sólo mirando la historia a contrapelo podemos entener que si esto vale para nosotros, ciudadanos blancos y acomodados del s.XXI, hijos y nietos de dos guerras mundiales, una guerra civil, dictadura, hambre, exilio y etc, ¿por qué no iba a valer igualmente para los nietos de la esclavitud? Sólo asà se entiende hasta qué punto es delirante el discurso de esa activista que decÃa tener derecho a quemar el paÃs entero porque sus abuelos lo construyeron gratis. Este discurso, a medio camino entre el maltratador y el niño pijo es, además, un *overstatment*: no hay nada gratis y a sus abuelos les costó sangre sudor y lágrimas construir lo que ahora queman tan contentos y en su nombre. Confundir aquà valor y precio para reducir a cenizas el trabajo y el sacrificio de tantos hombres es una pijada criminal que a nadie ofende más que a esos esclavos. Porque por sus obras los reconocemos.
Todo lo que hay que ver está en ese vÃdeo en el que un hombre negro le pide a una joven y deportista rubia, por favor pero cámara en mano, que se arrodille y muestre el debido respeto a la masa enfurecida que grita Black Live Matters. Ella lo hace sin problemas. Y hay que imaginar a esa mujer feliz. Sólo asà podremos entender que esa cámara y esa solicitud le están negando la posibilidad de mostrar el mismo respeto que le exigen. Hasta hace un par o tres de semanas, ese arrodillarse era un gesto contestatario, de rebeldÃa. Ya no. Ahora forma parte de un ritual pseudo-religioso pensado para exhibir sumisión y arrepentimiento. Ya no puede ser señal de respeto ni aunque se pretenda, porque el respeto sólo es cuando es libre y aquà amenaza el negro, la historia y el mundo entero que vigila. Es la misma imagen que desde el porno más bajo hasta la más alta literatura (como en la *Desgracia* del Nobel Coetzee) nos muestra una civilización abrumada por la culpa, convencida de merecer ser castigada y que se somete deseosa y voluntariamente a la tiranÃa de la penitencia.
Lo que vemos estos dÃas es, como decÃa @clorgu, un juicio estalinista: la sentencia está dictada y falta la confesión. Y siendo estalinista, ni es juicio ni lo puede ser. Donde se juzga la historia, la clase o la raza, en realidad no se juzga a nadie. Quién sea o qué haya hecho esa mujer es irrelevante. Es blanca y lo que le toca es humillarse y aceptar su suerte. Al aceptar la sentencia, lo que le toca en suerte es el premio de la inocencia; de no ser juzgada, de no tener que hacerse digna de sus privilegios y de no tener que luchar para preservarlos y extenderlos. En el fondo sabe, como sabÃa Arendt, que "cuando todos son culpables, nadie lo es; que las confesiones de culpa colectiva son la mejor salvaguarda posible contra los culpables y la auténtica magnitud del crÃmen la mejor excusa para no hacer nada".
Es lo que Wilde llamó "la voluptuosidad del autorreproche. Cuando nos culpamos sentimos que nadie más tiene derecho a hacerlo. Es la confesión, no el sacerdote, lo que nos da la absolución". No queremos el juicio porque nos obligarÃa a asumir la responsabilidad sobre el pasado pero, sobre todo, sobre el futuro. Y eso vale también para quienes insiten estos dÃas en que no hay que juzgar el pasado a la luz del presente, delegando en el futuro el juicio de su presente. ¿No es también este relativismo histórico un tipo de relativismo cultural? ¿Cuándo estuvo bien la esclavitud? ¿Cuándo fue el canibalismo una simple moda gastronómica? ¿Acaso somos nosotros racistas por lo de Minneapolis y los chinos muy ordenados por lo de meter uigures en campos de concentración? Claro que se puede juzgar el pasado a la luz del presente. Y oriente a la luz de occidente. Mejor serÃa juzgar el presente desde el pasado, o juzgarlo todo sub specie aeternitatis. Lo único que no se puede es juzgar con este maniqueÃsmo tan infantil que divide la historia y la realidad entre nosotros y los malos y que no soporta ni siquiera entrever la complejidad de los asuntos humanos.
Porque de aquà salen barbaridades como las que defendÃa otra activista BLM diciendo que negros son inocentes porque toda la violencia la han aprendido de los blancos. Y es mucho peor que falso; es profundamente injusto y terriblemente racista, porque asume que lo normal en el negro es lo peor en el blanco. Que lo normal en el negro es que cuando se enfada queme casas y robe cosas y mate a quien se le ponga por delante. Con amigos como estos, quién necesita enemigos de bronce.
1.7.20
Tiempo al tiempo
Dijo Sánchez que le hubiese encantado decretar antes el estado de alarma pero que no le hubiésemos entendido. Encima, no tiene razón. Porque aún sin tener, y justo es reconocerlo, unas orejas como las suyas, la ciudadanÃa española entendió, demasiado bien y demasiado pronto, todas y cada una de las órdenes y de las mentiras que emanaban de Moncloa. El pueblo ha demostrado ser tan obediente que cabe incluso sospechar que los únicos que se hubiesen enfadado con Sánchez son sus extraños compañeros de cama y sus votantes menguantes, que tenÃan por esas fechas una fiesta que les hacÃa muchÃsima ilusión.
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