26.12.19

¡Modernas navidades!

La primera vez que me hablaron del famoso test de Turing fue un profesor, ya en la Universidad. Hacía poco le habían invitado, junto con otros célebres filósofos patrios, a entrevistar a una moderna Inteligencia Artificial y someterla, y someterse con ella, al test. Se trata en estos casos de descubrir si se habla con una máquina o con una persona según cómo responda a las preguntas que le lancen. Los filósofos, nos contó, descubrieron el artificio al preguntarle por qué no se había suicidado. No supo qué contestar. Lo recuerdo porque pensé que yo, presunto humano, tampoco sabría cómo responder a esa pregunta.

Las máquinas del nuevo libro de Ian McEwan son un poco como yo. Pero más inteligentes; aprenden más y piensan mejor y son incluso moralmente más puras, más kantianas. Son, de hecho, la perfección de la razón moderna hasta el punto de representar, como suele suceder en este tipo de ficciones, también la encarnación de sus problemas. Usamos a los robots como espejo de nuestros miedos y por eso tememos que sean violentos o que usen su inteligencia para dominarnos y esclavizarnos en lugar de servirnos y hacernos la vida más rica y plena. Las máquinas de McEwan no buscan la dominación. Son, de hecho, tan inteligentes que no saben lo que buscan y no saben cómo vivir sin este conocimiento. En esto son un poco como aquél barón de Münchhausen y como los más modernos de nuestros moralistas, que confunden la indignación con la virtud y pretenden salvarse tirándose de los pelos. Y como no pueden, poco a poco se van hundiendo; se van suicidando. Es por sus virtudes intelectuales, por ser el perfeccionamiento de la razón moderna y no por ningún tipo de error en su programación que las máquinas se autodestruyen por falta de razones para vivir.

McEwan nos recuerda que somos máquinas como ellas, pero no tanto. Que somos modernos, pero no tanto. Ni tan modernos como esas máquinas ni tan modernos como esas ministras socialistas que celebran estos días el solsticio de invierno como los padres de George Costanza celebraban Festivus: para dejar claro que ellos son modernos y no celebran viejas tradiciones como la Navidad. Para los demás, los que hace años que la Navidad la celebramos lo normal, estas fiestas imperfectas y un tanto absurdas son un buen recordatorio de que somos modernos pero no tanto y que quizás sea por eso para nosotros es todavía posible y tiene todavía sentido soñar, cada año y con la misma fe, en nuevos y mejores comienzos. Tengamos pues, quienes todavía la celebramos, ¡una feliz y muy moderadamente moderna Navidad!.

18.12.19

Iguales pero mejores

Obama defiende que las mujeres son "indiscutiblemente mejores" que los hombres. Esta retórica es su manera, la manera de tantos, de defender la igualdad entre hombres y mujeres. Pero lo único que no admite discusión es que las mujeres pueden ser iguales que los hombres o pueden ser mejores que los hombres pero no pueden ser ambas cosas a la vez. Es evidente que también pueden ser y que son mejores en unas cosas, iguales en otras y, Dios me perdone, incluso peores en otras. Pero en el caso que nos ocupa, que es el del gobierno, para demostrar que son mejores lo primero que tienen que hacer es ganar las elecciones. Esa primera victoria es condición sine qua non del buen gobierno y no una eventualidad que nada tendría que ver con su desempeño en el cargo. Ser capaz de alcanzar el poder ya dice algo sobre la capacidad de gobernar. Y varias mujeres han demostrado su capacidad de alcanzar y ejercer el poder en varios lugares, pero no en EEUU. Entre otras cosas, porque la que mejor lo tenía, Hillary Clinton, se tuvo que enfrentar a este mismo Obama que ahora presume de estar menos capacitado que “ellas”. No sé si Obama se enfrentó a Hillary por falta de patriotismo o por algo de machismo inconsciente, pero el caso es que él es uno de los principales culpables de que EEUU no haya tenido una mujer Presidente. Según Camille Paglia, uno de los motivos, diría que el principal motivo, de que EEUU no haya tenido una mujer Presidente es que en EEUU el Presidente es “Commander in chief” de las fuerzas armadas y que ese poder militar y esa responsabilidad casa mal con la imagen y la retórica maternal habitual en las candidatas.

16.12.19

Cataluña no es nación. España también


En un artículo en ElMundo, Manuel Valls se sumaba a las críticas a Iceta porque, según dicen, al hablar de la "nación de naciones" se olvida de la nación española. Pero es evidente que no lo hace. Esa nación de la que habla Iceta, que es inmensa y contiene cada día más multitudes, es la nación española. Esa nación es la única que se conjuga en singular, la única que es una y no es 51 y que no es por tanto la única entre tantas. Esto es lo que sustenta el principio de su unidad y de su legalidad. Esto es suficiente para ser Estado (y a los hechos me remito). El problema del no nacionalista es que intuye el problema pero no puede explicar la solución. Sabe que con ser Estado no le basta pero no puede, porque no sabe y porque no quiere, explicar en qué consiste ser, además, un Estado-nación. 

11.12.19

El Japó: l'erosió d'un mantra imposat, el pacifisme

A l'Avió a Lisboa, el podcast de política internacional de Casablanca, dirigit i presentat per Víctor Puig, vam parlar sobre la normalització militar del Japó, de les Abenomics i del paper de l'extrema dreta nipona. Amb en Pol Molas de la S.E.M i el principal expert català sobre el Japó, el professor Lluc López Vidal.

4.12.19

¿Inmersión? Dos tazas


"El PSC revisa su postura sobre la inmersión". "El PSC considera que Cataluña es una nación". Los dos titulares se publicaron casi al mismo tiempo y cabe suponer que no fue por casualidad. El PSC tiene ahora y al mismo tiempo la obligación de defender la Cataluña nación y la de vaciarla de contenido político. El PSC ya solo puede permitirse una nación catalana en la medida en que esa nación sea, como dirían los errejonistas, un significado vacío al que poder llenar con pensiones, seguros de desempleo, educación, sanidad, regeneración política, reconciliación nacional y etc. 

Les llamarán nacionalistas, pero no se puede ser nacionalista catalán "revisando su postura sobre la inmersión". Y, aunque es probable que esta revisión del PSC quede en nada, parece interesante ver en qué sentido iría. En el mejor de casos, se trataría de hacer menos inmersión para hacerla mejor; para que sirva mejor al objetivo de crear una sociedad catalana realmente bilingüe en vez de dos sociedades monolingües en Cataluña. 

Todo el mundo sabe que si tal cosa debe hacerse tiene que consistir en hacer más clases de catalán donde menos catalán se habla en casa y más de castellano donde menos castellano se habla. Esta corrección de la realidad social se antoja una quimera porque consiste básicamente en el dicho catalán de “no vols caldo, dues tases”, que traducido sería algo así como cabrear a todo el mundo al mismo tiempo. Por eso en este debate parecemos todos Mafaldas deseando que el caldo se lo trague el otro. Parece que ya nadie aspira a semejante corrección. No al menos quienes aspiran a poder vivir e incluso a educar a sus hijos en Cataluña como si el catalán no existiese. Ni tampoco los nacionalistas catalanes.

Se da por supuesto que, siendo un invento nacionalista, el actual sistema de inmersión es del agrado del nacionalismo. No es así. En gran parte, porque no se cumple precisamente en esas escuelas, en esos barrios, en esas poblaciones donde menos catalán se oye y donde, por lo tanto, más falta haría. Y tampoco y principalmente porque el sistema de la inmersión está pensado como un correctivo a la natural destrucción que el tiempo provoca sobre la lengua y por lo tanto sobre la nación catalana. Incluso en esas poblaciones que se suponen al margen de Telecinco y del Estado, porque también allí llegan Netflix y los youtubers y demás moderneces y con ellos la lengua castellana y todo su poderío. La inmersión es siempre insuficiente porque es un correctivo contra el tiempo, un alargar la agonía. Y un nacionalista no puede darse por satisfecho simplemente ralentizando la decadencia. 

En este escenario, la política que se va imponiendo de facto, aunque no de boquilla, es justo la contraria a la de las dos tazas de caldo: que haya menos inmersión donde más necesaria se la supone y más inmersión donde más inmerso se vive ya en el catalán. Es una realidad que más o menos se calla por respeto a nuestros altos ideales bilingües. Pero es seguramente esta realidad la que hace que la política de la inmersión haya sido y pueda seguir siendo un consenso mínimo de la sociedad catalana; porque a nadie satisface del todo y porque, sencillamente, no se aplica. 

Publicado en TheObjective