3.11.24

Lo peor de Errejón sigue siendo su ideología

Como suele pasarles, tenían más razón cuando callaban.

Cuando ahora reconocen que algo falló, algún protocolo quizás; cuando se pliegan ante quienes critican que no levantasen antes la voz; cuando reconocen (sin hacerlo) la terrible hipocresía de estar todo el día con la matraca de la violencia sexual y callar ahora; ¿qué están diciendo en realidad?

¿Qué se supone que deberían haber dicho? 

¿Que un compañero suyo es un poco neoliberal en la cama, un poco falto de responsabilidad afectiva y un poco dado a perder la calma con la cocaína?

A falta de unas denuncias un poco más sustantivas que las que hemos ido leyendo, lo que se les pide es un exceso de exhibicionismo incluso para ellos, que ya desde sus inicios convirtieron la política en una exhibición obscena de sentimentalismo, con sus amores y desamores y sus amistades y sus enfados.

El problema no es que no hablasen. Es que tampoco podían callar. Si no iban a ser capaces de la heroicidad de defender la presunción de inocencia de Errejón, y de ningún partido podríamos esperarlo menos, lo que tenían que haber hecho y no hicieron era apartarlo discretamente y a tiempo.

Porque los hechos que se le imputan no constituyen de momento ningún delito, pero sí una enmienda a la ejemplaridad de las buenas costumbres del hombre de izquierdas, deconstruido, y, sobre todo, al discurso feminista que fundamenta, legitima y excusa a todo ese espacio ideológico.

Si se les han excusado las más variopintas y bananeras de las barbaridades ha sido precisamente en nombre del feminismo y de las políticas del cuidado y la salud mental. En eso se tenían por serios y centristas, cuando no centrales.

Y en esto demuestran hasta qué punto importan realmente el feminismo y los cuidados y la salud mental cuando no son sólo una excusa para atacar a los machirulos de la oposición o prometer generosos presupuestos para comprarle a cada españolito de bien una felicidad. O dos. 

Y ya no es que no se atreviesen a denunciar a Errejón. Es que ni siquiera se han atrevido a cuidarlo. Y con sus hipócritas culpas y disculpas le administran ahora, al pobre enfermo de neoliberalismo, ese jarabe democrático que tanto les gusta y que es más destructivo que la cocaína.

Ese feminismo tan serio y trabajado no les llegó ni para un triste "amiga date cuenta".

Y esas políticas curanderas que debían devolvernos la cordura no han dado ni para fingir que se toman en serio la salud mental de sus propios compañeros. 

Buena señal del pecado y de su penitencia es que hayan prometido someterse a un curso de feminismos de esos que normalmente reservan a los machirulos ajenos.

No les queda más remedio que purgar sus errores ideológicos con más ideología. Porque son ellos quienes, como todo aspirante a revolucionario, han convertido el vicio en delito y la mala resaca, el arrepentimiento tardío y la vergüenza por una o dos noches de excesos en la prueba definitiva del delito.

También ellos deberían ser condenados al linchamiento público y la muerte civil, poniendo así en evidencia, y hasta que se demuestre lo contrario, que lo peor de Errejón sigue siendo su ideología.

21.10.24

¿Votar a Trump para salvar la democracia?

Esto que hace el Gobierno de manifestarse contra sí mismo es cada vez más habitual pero no por ello menos inquietante.

Porque demuestra que su prioridad no es que sus políticas funcionen, y darse tiempo y darse argumentos para que puedan hacerlo.

Su prioridad es que se le juzgue por el simple hecho de "implementar medidas", de "hacer algo para..." y, en el mejor de los casos, por sus bonitas promesas y su buena voluntad.

Es la perfecta aspiración autocrática, en la que se entendería sin rechistar que todo su poder será siempre insuficiente y que, por lo tanto, toda responsabilidad que le pidamos será excesiva.

Es una aspiración muy comprensible y habitual en el poderoso, pero que en Estados Unidos parece ir tomando una forma ya madura y bien desarrollada. En la figura de Joe Biden, que formalmente sigue siendo el presidente, aunque nadie sepa desde cuándo no ejerce.

Y especialmente con Kamala Harris, sucesora en el formalismo y la irresponsabilidad.

Una Kamala que, como el mismísimo Sánchez, se negaba a responder como vicepresidenta lo que había dicho como aspirante. "¡Era un debate!", decía riendo. Eran otras circunstancias, era otra Kamala.

La reñida carrera a la Casa Blanca: Trump y Harris, empatados en 7 estados clave a 2 semanas de las elecciones

Porque también ella cambia de opinión según cambian las circunstancias (que no los hechos). También allí los listos presumen de soplar de favor del viento. Porque también allí lo importante es que sus valores siguen siendo los mismos.

Qué valores sean esos es algo que parece que no suelen preguntarle a Kamala y que tampoco sabría explicar. Porque, ¿qué valor tendría un valor que a nada compromete? Un valor que no compromete a nada es un valor que nada vale y que todo lo justifica.

Por eso Kamala, como Sánchez, puede hacer cualquier cosa y su contraria sin inmutarse ni sorprender a nadie. Puede poner aranceles a los coches chinos o quitarlos, puede abrir fronteras y cerrarlas, puede apoyar a Israel, a Palestina, a Ucrania, o a la paz mundial.

Como puede solucionar el problema de la vivienda topando los precios, construyendo más, o haciéndolo todo al mismo tiempo.

Lo único que no pueden hacer es explicar por qué.

Lo que nunca podrían hacer es dar cuenta de sus decisiones y responder por los efectos de sus políticas. Porque esas decisiones ya no son propiamente suyas, sino de entes que ni ellos ni nosotros nos atreveríamos a nombrar. A veces se habla del deep state, conspiranoicos.

O de los países de nuestro entorno, sanchistas.

O del sentir de la gente, chamanes. 

Porque hace nada, dos telediarios, solía criticarse a los gobernantes que legislaban al dictado de las encuestas de opinión. Pero al menos ellos podían tomarse en serio aquello de vox populi, vox dei.

Ahora sabemos que todo presidente tiene a su Tezanos y que la debida obediencia a la opinión pública no es más que la obediencia a los dos o tres politólogos con ínfulas de Maquiavelo que el presidente tenga a sueldo. En el mejor de los casos.

En el peor, pues vaya usted a saber. 

La senilidad de Biden (evidente por cierto y desde hace años para cualquier fachosfero) está sirviendo para normalizar esta profunda anomalía democrática. Porque ningún centrista moderado osaría meterse con un pobre viejo enfermo al que no cabría llamar fascista o tirano.

Y, sobre todo, porque ningún centrista moderado entenderá que más peligroso que el poder de un tirano podría ser el vacío que deja en su retirada. Que la peor forma de Gobierno es el perfecto y anónimo dominio de fuerzas desconocidas, supongo yo que parecidas a las que ahora mismo lideran Estados Unidos en sus guerras con Rusia e Irán. 

La ausencia de Biden podría haber sido una curiosidad histórica si hubiese tenido sustituto, que es algo poco habitual, pero perfectamente previsible y previsto en la Constitución americana.

Pero ahora la ausencia de Biden es también la ausencia de Kamala, que es quien debía ocupar pero no ocupó su lugar. Y se extiende como una sombra ya no sólo sobre su campaña, sino sobre su futurible presidencia.

Kamala empezaría como Biden acabó, que es algo que los insultos de Trump de hace algunos días apuntaban para los muy listos, pero no nos explicaban a los demás.

Kamala empezaría como acabó Biden: en manos ajenas y desconocidas, ocupando un cargo vacío en función de ser quien es y, sobre todo, de no ser quien no es. Y con una legitimidad absoluta, por ser literalmente irresponsable, para hacer en cada momento "lo que toque". 

Visto lo visto, es perfectamente normal y comprensible que tantas buenas gentes, a la espera de un poco de tranquilidad, gerencia y unos buenos años de pax tecnocrática, se sientan tentados o incluso deseosos de un escenario postpresidencial como este.

Como perfectamente normal y comprensible es que muchos demócratas rechacen instintivamente este cambio de régimen y se conformen con tener presidente cuatro años más, por malo que sea, para tener al menos a alguien a quien poder culpar hasta del mal tiempo.


7.10.24

Israel nunca fue víctima

Un año después, y según los críticos más razonables, "Israel ha pasado de ser visto como víctima a ser visto como verdugo".

Pero Israel nunca fue víctima. Israel fue verdugo desde el mismo día 7 y el 8 el pescado se envolvía ya con un mundo en vilo a la espera de las represalias de Netanyahu.

Y Macron, moderado, ha querido celebrar el aniversario pidiendo que se deje de suministrar armas a Israel porque la guerra exige una claridad moral que el centrismo europeo no está preparado para ofrecer.

El macronismo quiere situar como suele a los contendientes en dos extremos equidistantes al centro virtuoso que representa. Y certifica así que Judith Butler está muy bien acompañada al considerar que Hamás y Hezbolá forman parte de la izquierda global.

Esta bonita coincidencia muestra a las claras la inclinación de la balanza ideológica occidental. El centro coincide con la izquierda atribulada en el diagnóstico pero no todavía en la cura. Porque el centro prefiere abstenerse y dejar que la historia le haga el trabajo sucio.

Así se ve cómo también aquí, tanto en Gaza como en París, el extremo centrista acaba favoreciendo a la izquierda porque mientras a la extrema derecha se la castiga, a la extrema izquierda siempre se la pretende reeducar y devolver al redil de la cordura y el consenso progresista.

La claridad moral que exige la guerra es de una enorme incomodidad, pero parte de una constatación objetiva y muy simple: Israel son los nuestros. Hay un ellos y hay un nosotros e Israel son los nuestros.

Porque Israel es una democracia, porque su estilo de vida es nuestro estilo de vida y porque sus enemigos son nuestros enemigos. Incluso aunque muy a menudo sea a nuestro pesar.

Y nada de esto implica que no se pueda criticar a Israel en general ni a Netanyahu en particular. Ni quiere decir que lo hagan todo bien ni ninguna de estas cosas que da un poquito de vergüenza tener que escribir entre adultos.

Lo único que quiere decir, y no es poco, es que las críticas a Israel son las críticas a un país amigo que vive tiempos especialmente difíciles y que por eso es una crítica un poco más complicad a incómoda de lo que nos gustaría.

Porque es y tiene que ser una crítica por su bien, por su beneficio, y no por el de sus enemigos. Es la crítica de quien pretendería saber mejor que los propios israelíes qué es lo mejor para su supervivencia a medio y largo plazo.

Una crítica, en fin, en la que fácilmente pareceríamos ese Macron enfundado en camiseta de camuflaje para reunirse con Zelenski, porque es una crítica básicamente militar, que está mucho mejor en manos de los estrategas del mal menor que de los presuntos virtuosos.

Ninguna de todas estas críticas bienpensantes del último año se está haciendo en este sentido. Todas las críticas que Israel recibe, incluso de sus presuntos aliados, como el extremadamente coherente y centrista Macron, se hacen en el sentido de dejarlo más indefenso y más solo frente a sus enemigos existenciales.

Porque todas ellas parten de la simple constatación de que Israel nunca fue víctima, sino que siempre ha sido verdugo.

Y eso lo sabe perfectamente Netanyahu, que entiende perfectamente que Israel está solo, o a una mala noche en Ohio de quedarse completamente solo frente a todos y cada uno de sus enemigos, y ante la indiferencia del resto del mundo civilizado.

Para cualquier gobernante israelí es evidente que no puede confiar la seguridad de su país a las peticiones de alto al fuego de Macron y el centrismo europeo, o a la firmeza y el coraje de Joe Biden o de su posible sucesora Kamala Harris. Habría que ver hasta qué punto esta retórica no explica mucho mejor la situación actual que la supuesta ceguera del presunto fanático Netanyahu.

13.9.24

'Normalizar' Cataluña

Estas cosas no son agradables de ver. Cómo se hacen las salchichas y cómo se hacen las leyes, decía el chiste. Y cómo se hacen las nuevas normalidades, tampoco.

No es agradable, pero alguien tiene que hacerlas. Y también en Cataluña la vuelta a la nueva normalidad es una vuelta a lo mismo, pero un poco peor. 

La nueva normalidad es que el 10 de septiembre, en el Fossar de les Moreres, donde antes se lanzaban puyitas las juventudes convergentes y las republicanas, ahora se las lancen los jóvenes de Arran y los radicales de Sílvia Orriols.

Y que así se vaya considerando. Que los radicales vayan siendo ya únicamente los de Orriols y que Arran, incluso para los no alineados con el socialismo imperante, vuelvan a ser anécdota, a pesar de su impresionante currículum de actos vandálicos orgullosamente reivindicados en nombre de la patria y del socialismo.

A los de Orriols no se les conoce más que el tono, el acento y el aspecto de su portavoz, tan marcados, tan severos, tan como de Cataluña de antes. Como si regresase del futuro para advertirnos de los peligros del Estado español y de la inmigración.

La nueva normalización de Cataluña pasa por las multas y las advertencias parlamentarias a Orriols, porque tanto a los socialistas como a los demás partidos del procés les conviene desviar el foco de sus pactos, engaños y negociados varios.

La Generalitat impuso a Orriols una multa de 10.000 € por afirmar que "la identidad catalana está amenazada" (que es algo que sabe todo el mundo, y que no pocos celebran) o que "en una Cataluña islámica habría violaciones en grupo, mutilaciones genitales y matrimonios forzados".

Algo que, por la parte de las violaciones, se supone que ya sucede. Y que por la parte de las mutilaciones y los matrimonios forzados, asumiendo que ya no se da ni durante las vacaciones en el pueblo de los abuelos, supone en todo caso un temor al que sólo cabe responder con el optimismo progresista de la feliz e inevitable secularización (y tinderización, incluso) de los nuevos catalanes.

Lo que se le ha prohibido a Orriols, y con ella a todos los demás, es el pesimismo. 

Porque la nueva normalidad, también ahora, y siempre con Salvador Illa y Pedro Sánchez al mando, impone el optimismo con toda la fuerza sancionadora del poder político. También de esta "saldremos mejores".

La nueva normalidad en Cataluña es que, como en el resto de España, toda la atención política y mediática se centre en el peligro de la extrema derecha para que el Gobierno haga sus cositas en paz mientras deja pudrirse todo lo demás. 

Así se entiende también lo que hace que Illa quiera volver a ese seguramente mítico catalanismo moderado y cordial, para que algunos le acusen de nacionalista mientras deja que la nación catalana desaparezca en la feliz pluralidad cultural del Estado.

Se ve en los dos grandes temas en los que no trabajar de lleno y con todas las fuerzas en su favor es tanto como actuar en su contra.

Se ve en la financiación singular, presunto pacto fiscal, que consistía en darle a ERC una excusa para votar susto en vez de muerte, que ahora negociarían dos socialistas entre ellos, y que cada uno debería interpretar como quiera, pero siempre a favor del gobierno de Sánchez.

Y está muy bien que la oposición diga que es un pacto fiscal como el cupo vasco, y tan mal calculado como el cupo vasco. Y está muy bien que pasen de negar la existencia del déficit fiscal a afirmar que con semejante cupo los españoles morirían de inanición, porque ante semejante panorama, al PSOE le bastarían las buenas intenciones para mantenerse en el poder en Cataluña y en Madrid.

Y se ve también en la inmersión lingüística, que es el gran tema nacional y que si no se cumplía con Junts, ni se cumplía con ERC, mucho menos se va a cumplir con Illa.

Illa dice que está a favor de la inmersión por no decir que está en contra, porque proponer cualquier alternativa es un jaleo innecesario y de dimensiones colosales que pondría en peligro su poder.

Pero hacer cumplir la inmersión es ya imposible en Cataluña, por el simple hecho de que en las aulas catalanas no quedan suficientes charnegos acomplejados y con ganas de integrarse. Especialmente en la parte que importa para el asunto y a la que, sabiéndolo bien, por aquel entonces llamaron Tabarnia.

Para que se cumpliese la inmersión, y ya no la que temen los tabarnios, sino la del 75% en catalán que se supone legal, la Generalitat debería inundar los colegios de inspectores dispuestos a imponer el catalán a golpe de sanción.

Y ni tiene ganas, ni tiene inspectores, ni los encontraría dispuestos a semejante drama. Pero estar de verdad a favor de la inmersión lingüística es esto, y ni Illa ni nadie en Cataluña está por la labor.

El socialismo sabe que para mantener el sistema, y para mantener el poder, necesita de la inmigración mucho más de lo que necesita una nación catalana rica y plena. Y quien no haga este esfuerzo, de una violencia que aquí sólo se atreverían a ejercer contra la pesimista Orriols, está simplemente dejando el futuro del catalán y de Cataluña en manos del progreso, o sea, de la demografía.

Es decir, está dejando que desaparezca poco a poco, pero en silencio, que algo es algo y es lo normal.

5.9.24

El islam no existe; la islamofobia también

El gobierno laborista británico ha prometido que arrancará la islamofobia de raíz. Y cuando le han preguntado qué es la islamofobia, no ha sabido dar una definición. Ha respondido con un "estamos trabajando en ello" para dar con la definición perfecta que proteja todas las sensibilidades de forma comprehensiva y demás jerigonzas con las que los listos de buenas universidades marcan ahora su virtud.

La falta de definición no es, claro está, un impedimento a la hora de perseguir la islamofobia. También nosotros vamos por la vida sin dejar de buscar algo que no sabríamos explicar.

Pero lo que para nosotros, simples mortales, es un problema, para ellos es la solución.

Hannah Arendt decía que quien va a la raíz de los problemas sólo encuentra sus propios prejuicios. Y es bastante claro qué prejuicios encuentran estos días todos los gobernantes que buscan atajar problemas de raíz. Quien busca las raíces de la islamofobia sólo puede encontrarse con la extrema derecha. Porque ese es el nombre que le da a todas las causas enemigas, y esa es la confusión que alimenta toda su política.  

La evasiva respuesta y la confusa concepción que esta gente pueda tener de la islamofobia muestra que la pretensión del legislador no son ni la claridad, ni la distinción, ni la persecución eficaz del crimen.

Aquí se busca la confusión.

Y en eso, lamento comunicar, el centro centrísimo y la extrema derecha se tocan hasta lo obsceno.

El centro centrísimo pretende combatir la islamofobia de raíz. Pero en las raíces solo hay fango y oscuridad, y allí abajo las cosas se ven siempre mucho más confusas de lo que sería deseable en un asunto tan serio.

La imposibilidad de definir la islamofobia, que no es tal, sino falta de voluntad, deriva de la negación a aceptar la simple existencia de su auténtica raíz, que sería el islam.

Lo que pretende el centro es que el islam sea indiferenciable de lo musulmán. Que el islamista sea indiferenciable del simpático pakistaní que nos vende las coca-colas cuando aprieta el calor y es domingo, y que nos mete disimuladamente un chicle en la bolsa por ser buenos clientes, casi como la abuela nos metía un eurillo en el bolsillo por ser buenos nietos.

Lo que pretende es que temer al radical que envuelve a su mujer en un burkini y la pone a freír al sol, o temer al melenas que cuchillo en mano e invocando a su Dios irrumpe en una fiesta, en Alemania o en Israel, sea algo tan malvado y, sobre todo, tan absurdo, como temer al pobre pakistaní que tan bien nos trata.

Hasta el pobre Vinicius sabe que esto es racismo, y que está muy feo, y que algo habrá que hacer. Lo que quiere el laborioso centrista es que no veamos la diferencia entre una cosa y la otra, que es exactamente lo mismo que pretende la extrema derecha a la que con tanta ineficacia pretenden combatir. La extrema derecha quiere que temas al pakistaní como temerías al islamista que irrumpe en esa X que el facha de Elon Musk ha programado para que votemos a Donald Trump. 

No definen el islam y hacen muy bien, porque lo siguiente sería un marrón y no sería bonito. Habría que combatir la islamofobia, pero como de verdad. Y no es allí donde está el combate.

Combatir la islamofobia sería combatir sus manifestaciones, porque no hay otra.

Combatir la islamofobia sería condenar a quienes agreden a islamistas o musulmanes o cualquiera que vayan considerando susceptible de merecer protección contra la islamofobia.

Pero eso no sería atajar el problema de raíz. Eso sería tratar la islamofobia como si fuese un problema de seguridad ciudadana, como si pudiese de algún modo solucionarse o medirse en estadísticas policiales y demás. 

La confusión de la definición es aquí fundamental para poder atajar el problema de raíz, porque deja un enorme margen, no a la libertad, sino a la represión. Deja un margen enorme para la arbitrariedad en la redacción y en la aplicación de las medidas justicieras convenientes al poder.

Y esta es la nueva función del poder que ostentan ahora los auténticos demócratas. La batalla ideológica que se impone desde el poder y que nada tiene que ver con la seguridad o la prosperidad de los ciudadanos, sino con su virtud.

Es lo mismo que vemos cada día con la violencia de género. Nadie espera que aumenten los casos, sino que aumenten las denuncias. Es decir, las excusas para seguir luchando "en todos los frentes" para "arrancar el problema de raíz". Que bajen los casos sólo querrá decir que no lo estamos haciendo bien, que la gente todavía no denuncia lo suficiente y que todavía es necesaria mucha más propaganda, mucha más pedagogía, para concienciar al pobre ciudadano medio (tonto).

Esa, ya me perdonarán, es una necesidad existencial de los regímenes totalitarios. Se necesita de un enemigo siempre presente pero elusivo, que no pueda simplemente ser detenido y condenado, porque con su detención y condena acabaría la necesidad, es decir, la excusa para el control y la represión que justifican su poder y su persistencia en el tiempo.

Mientras haya islamófobos, mientras haya violencia de género, lo justo y necesario será que gobiernen ellos. 

Por eso hay que ir a las raíces, para no llegar nunca. Por eso hay que hacer algo más que detener a los delincuentes, porque necesitan del criminal. Y por eso lo buscan en sitios donde hasta ahora no había delito, sino, como mucho, pecado. Allí donde surge a relucir lo más profundo de nuestra sucia y pérfida conciencia occidental. Es decir, en las redes sociales. Para quien quiere extirpar males de raíz, no hay espacio para la libertad de expresión.

Así que aunque no exista el islam como todos lo conocemos, existe muy claramente la islamofobia que no saben definir. Y existirán, si es menester alargar el tema, las personas islamizadas por los islamófobos como existen las racializadas por los racistas. Pero los islamistas y su credo son fake news. Deep fakes. Propaganda rusa y trumpista. 

En realidad, claro, lo normal sería que el ciudadano occidental y sus gobernantes fuesen capaces, y defensores, de una cierta claridad intelectual y moral. Que los ciudadanos supiesen todavía diferenciar, que es donde suele esconderse la inteligencia. Que fuesen islamófobos por instinto, por prejuicio pacifista, igualitarista y liberal (los tres "grandes valeurs" de la cultura occidental, si quieren hablar en estos términos).

Y que fuesen, también y al mismo tiempo, muy corteses y amables con su pakistaní de confianza, aunque fuese por una mínima reciprocidad y una básica educación.

Eso es, de hecho, lo normal, sobre todo en el sentido estadístico de la palabra. 

Y eso es lo que deberían entender y reconocer los partidos del centro centrista, combatiendo el islam y protegiendo los derechos del pakistaní. Pero el poder prefiere luchar contra la islamofobia y usar al pakistaní de escudo, porque eso es más fácil y da más votos y menos disgustos.

25.7.24

El PSC ganó demasiado, y Junts se lo quiere hacer pagar

Sánchez consiguió domesticar a Esquerra y así la tiene, dividida y enfrentada y sin saber qué es susto y qué es muerte; si gobernar con Illa, opositar con Junts o presentarse a nuevas elecciones sin líder, sin proyecto y con un partido partido. 

Junts habrá tomado nota, aunque tomar nota no es nunca suficiente. Porque también Junts tiene que elegir entre el riesgo de morir aplastado por el abrazo del oso Sánchez o por la esterilidad de una oposición al sistema y por sistema. Las cosas se viven con tanto tremendismo que parecería que esta legislatura, o las posibles elecciones anticipadas en Cataluña, pudieran ser las últimas de los partidos del procés.

Ante este panorama, la feliz coincidencia de la visita de Sánchez a la Generalitat con las votaciones sobre déficit y extranjería en el Congreso permite entender un poco mejor lo que es realmente España como trama de afectos y lo que significa la solidaridad interterritorial. 

Quedarán patriotas en España que crean realmente en esa solidaridad. Y quedarán buenas gentes, supongo yo que progresistas, que crean en la necesidad de ayudar al inmigrante ilegal desembarque donde desembarque y gobierne quien gobierne. 

Pero la política no suele ir de eso, y tanto el pactismo de Junts como el giro retórico hacia la izquierda que ha hecho durante el procés empieza a encontrar sus límites. En Aliança Catalana, quizás en Vox, pero, sobre todo, en una demografia muy contraria a los intereses del nacionalismo catalán a medio y largo plazo. 

Los gobernantes usan la immigración para cumplir el sueño húmedo de Bertolt Brecht y elegirse un pueblo a medida. Así nos dicen los socialdemócratas que necesitamos unos cuantos millones de inmigrantes más para pagar las pensiones y mantener el sistema, así suele decirse que el Madrid liberal de Ayuso elige sudamericanos acaudalados que compren pisos, monten empresas y consuman, y así Cataluña solía preferir immigrantes más predispuestos a aprender catalán. Pero esta apuesta nacionalista tiene un límite.

Y es normal y necesario que Junts vote en contra de lo que sólo sirve para afianzar la lógica de la solidaridad interterritorial y el poder de Sánchez.

Hasta ahora, Sánchez ha sabido ahondar en las contradicciones de Junts para arrastrarlo al pactismo y conseguir que ahora centren su discurso y sus exigencias en las ejecuciones presupuestarias y cosas así. Junts ya no es un partido que esté por el bloqueo de la política española, por mucho que le guste, a veces, fingirlo. Ya no es un partido enrocado en el resistencialismo al que le da lo mismo que gobierne Vox o Podemos. Y no lo ha sido, de hecho, nunca, porque Junts es un partido que nació desde el poder y para el poder.

Junts es un partido desfigurado ideológicamente pero con una clara voluntad de poder. No es un partido de orden al que pueda llamarse en los momentos críticos y no es, claramente, un partido al que pueda convencerse en nombre del interés general de España. Junts es un agente del caos, pero sólo en la medida en que este caos sirva para hacer avanzar sus intereses electorales.

Y este es justo el escenario en el que nos encontramos. El PSOE puede darle muchas más cosas. Incluso dárselas de verdad, digamos. Pero el PSOE no puede, en estos momentos, darle lo único que le interesa. Porque en las últimas elecciones catalanas, el PSC ganó demasiado. Y ahora no hay ningún pacto posible que entregue el poder en Cataluña a Junts que no sea una humillación para Illa e incluso para Sánchez. Ni nada que pueda ofrecer a Esquerra para salvarla de su crisis existencial. 

Junts se va a aprovechar de esta debilidad todo lo que pueda, porque su única esperanza es la repetición electoral.

21.7.24

Lo del Instituto de las Mujeres no es corrupción, es poscorrupción

Hay una ley de la política moderna que afirma que cualquier causa noble tiende por naturaleza a verse reducida a chiringuito para colocar amigotes, comprar favores y conformar voluntades. Y el feminismo gubernamental no es, precisamente, una excepción.

Así, es muy difícil ver que las políticas de género hayan mejorado en nada, en ningún aspecto objetivo y cuantificable, la vida de las mujeres españolas. Pero es indudable que han servido para mejorar, y mucho, la vida de algunas mujeres españolas.

También hay mujeres más iguales que otras y no son pocas las que en nombre de la igualdad se han distinguido de sus semejantes en proyección pública, poder y dinero. Podría decirse que he visto a las mejores mentes de mi generación podridas por las becas de investigación en estudios de género. Y de la anterior y de la siguiente.

Porque en esta corrupción hay algo más, que es la justificación ideológica, más o menos implícita, de lo conveniente que es que haya quien se lo lleve crudo.

Porque no todo el mundo sirve para estas cosas. Hay que ser muy de una manera, muy suyo, muy de los suyos, y haber estudiado cosas muy concretas y de una forma muy particular para hacer bien lo que aquí de verdad importa. Para estar realmente a la altura de las tareas que aquí se financian tan generosamente.

El nepotismo, la patrimonialización de las instituciones, el clientelismo… todo esto es, evidentemente, muy feo, pero es una corrupción muy común porque proviene de vicios muy naturales que comprende bien cualquier hijo de vecino. Es decir, cualquiera que tenga familiares y amigos. Es la corrupción que amenaza a cualquier humano que logre tocar un poco de poder y de presupuesto público.

La gracia y el peligro de este tipo de corrupción es que es perfectamente lógica y necesaria. Porque hay un tipo determinado de tareas que sólo los propios están capacitados para realizar como es debido.

Uno puede jugar a imaginar a muchos candidatos para el Ministerio de Economía, el de Interior, el de Justicia, el de Cultura… para los clásicos, digamos. Pero ¿cuántos candidatos salen para el de Igualdad?

Ministra de Igualdad podía ser Irene Montero y poca gente más. Las hermanas Serra, quizás, pero poca gente más. Y con todos estos talleres y Puntos Violeta pasa lógicamente lo mismo.

¿Quién podría impartir un buen taller de estos? Hay que ir con mucho cuidado al decidir en manos de quién se dejan estas cosas.

¿Quién podría realmente gestionar como la Igualdad manda uno de estos Puntos Violeta? ¿Quién, sino ellos?

¿De verdad creemos que habría alguien mejor? ¿Más capacitado? ¿Mejor preparado?

Porque lo normal sería no saber ni que existen. Y, de saberlo, lo normal sería estar en contra del despilfarro inútil y no querer tener nada que ver con eso. Puestos a gestionarlos, lo normal sería hacerlo fatal.

Así que lo que aquí tenemos no es ningún tipo de apropiación indebida, sino de la salvaguarda del proyecto frente a los impedimentos de los contrarios y de las inercias "garantistas" del sistema. Es un poco lo mismo que con la famosa ley del sí es sí, ahora que, como decía la ministra única, "ya sabemos que no hay leyes injustas", sino únicamente leyes cuya aplicación no está totalmente en sus manos.

No hay nada malo si está bajo su mando. El problema es que estas cosas caigan en manos equivocadas.

De ahí que estas corrupciones no sean como las demás. La corrupción normal rinde, en el fondo, un cierto homenaje a la ley y a la moral, por cuando necesita de ella para presentarse como su excepción. Y así refuerza su carácter legal, moral, normal e incluso ideal.

La corrupción ideológica a la que nos referimos, la poscorrupción, es indiferente a la distinción entre lo legal y lo ilegal del mismo modo en que la posverdad lo es a la distinción entre verdad y mentira. Por eso, no trabaja nunca, ni por accidente, ni por involuntario y ejemplar martirio, a favor del sistema sino siempre, sistemáticamente, en su contra. Corrompiéndolo y vaciándolo de sentido.

Al fin, si sólo ellos podrían hacer gestionar bien estos asuntos, ¿a qué viene el sistema a obligar a concursos abiertos y semejantes ridiculeces? Es el sistema, y no ellos, el que obliga a presentar competidores simulados a unos concursos y a unos trabajos en los que ni hay ni debería haber competidor cualificado ninguno. Y es el sistema el que impide el "yo me lo guiso yo me lo como" de las mujeres empoderadas que nunca jamás deberían verse obligadas a cocinar leyes y canonjías para que las disfruten otros.

Asó que lo del Instituto de la Mujer no son presuntas corruptelas. Es poscorrupción, y es de justicia.