30.7.25

Noelia Núñez sienta cátedra

Cabe preguntarse y me pregunto qué lleva a un político, en el panorama actual, a presumir de títulos que no tiene. ¿A quién le importan los títulos universitarios en un país en el que Pedro Sánchez es doctor y menudo doctor es? ¿Qué título acredita a alguien -y muy especialmente, no nos engañemos, a alguien de la derecha- como un buen político? 

¿Qué ciencia, qué conocimiento, qué economía, qué derecho... no se ha sometido ya y de la forma más humillante a la ideología más trasnochada?

Y, sin embargo, cabe sospechar y sospecho yo también que nunca como ahora tuvo tanto sentido la "titulitis" de nuestros. Precisamente porque nunca tuvieron menos importancia los títulos. Precisamente porque nadie espera ya que un licenciado, graduado, que un máster o un doctor sea alguien que realmente sabe algo de lo que ha estudiado o ha contribuido de forma relevante a su campo. Nadie espera de un universitario que se haya dedicado a la vida universitaria; a la abnegada búsqueda del conocimiento. 

La Universidad y sus títulos ya no van de eso. Y cuanto menos van de eso, cuanto menos miden los títulos el esfuerzo intelectual, el conocimiento, y no digamos ya, la pasión por el conocimiento, que es lo que justifica la mera existencia de la Universidad, más útiles son para el político. Porque su tarea es toda otra y no tiene nada o casi nada que ver con la búsqueda de la verdad. En el mejor de los casos, se limita a la búsqueda del consenso o de una cierta forma de convivencia más o menos pacífica. Y para ello, normalmente la verdad es más un estorbo que una ayuda. 

Por suerte para el político, el título universitario ya no mide el conocimiento ni la pasión por alcanzarlo, sino que mide cosas de gran utilidad para el mercado laboral, para el mundo de los adultos, que es eso que Pla consideraba una "cosa tan complicada y difícil, imposible de describir, que consiste en ir haciendo".

En eso consiste hoy la Universidad y en eso consiste hoy la vida política; en ir haciendo. En ir a clase y en ir haciendo o al menos entregando trabajitos como los políticos tienen que ir haciendo leyes y decretos y tuits, a poder ser faltones y virales. Y, sobre todo, a no rendirse antes de tiempo porque resulte que ya no te apasione lo que haces o porque te equivocaste de carrera y tú en realidad lo que querías era ser poeta. Todo consiste ya en que ningún escrúpulo sobrevenido te impida el seguir trabajando con la constancia y la dedicación justas para que nadie pueda decir que has fracasado. 

A ninguna empresa, y los partidos son empresas y además de las grandotas, le interesa lo que has estudiado. Le interesa que hayas estudiado algo y que hayas, y aquí el pecado de Núñez, sido capaz de acabar los estudios. Esto, como dice el cínico Caplan, es señal de inteligencia, ética del trabajo y conformidad, que son las características que esperaría un partido político de cualquiera que pretenda ser una de sus jóvenes promesas. 

Noelia Núñez no ha tenido que dimitir ni tendría por no tener títulos. Ni siquiera, claro está, por mentir. Ha dimitido porque ni siquiera puede acreditar (ante los suyos) haber sido capaz de acabar una de esas carreras (o grados) de los que ya nadie debería presumir. 

El PP querrá usar este ejemplo como ejemplo de ejemplaridad. Nada qué hacer. Quizás satisfaga a alguno de sus votantes menos cínicos que crea todavía (y con razón, con razón) que no todos son iguales, pero si la idea es que el PSOE o los suyos recapaciten y dimitan en masa, de sus cargos o de su voto, no hay esperanza alguna. Tampoco habría motivo. No ha tardado en salir Puente a decir que en nada se parece lo suyo, que serán cursillos de verano porque que son reales como la mismísima tesis de su amado líder. Que constan en algún registro, que pueden imprimirse y que, en el colmo de la desfachatez, podrían colgar incluso de su despacho ministerial. Al menos el suyo, porque sobre el de Patxi no ha entrado a dar tantas explicaciones. Pero la diferencia fundamental es que sus títulos ya no acreditan ni ameritan nada. Sus títulos han sido superados con creces por la experiencia. Y que ellos, a diferencia de estas jovencitas sin experiencia en el mundo real, ya no tienen que demostrar nada. Son muchos años antes las cámaras y ante el jefe dejando pruebas constantes de la inteligencia y el servilismo que se requiere para ostentar un cargo como el suyo y para construir una vida, una carrera, una reputación... como las suyas. 

Ellos ya no tienen nada que demostrar. También aquí, como en casi todos los ámbitos de la vida española, son los jóvenes los que tienen que pasar por tres o cuatro universidades y acreditar un doctorado en Harvard antes de poder ponerse a servir (cafés) en un partido, en el gobierno o en algún pritaneo similar.

21.6.25

"Girl maths" o las mates de lo social

Yo sabía de las mates del social, que son las que eligen los que no quieren hacer mates y que envidian o desprecian todos los demás según sus capacidades y según sus necesidades. Porque las del social son más aplicadas, menos exigentes… menos mates, vaya. Y ahora, gracias al algoritmo de Musk y al Servicio Español de Radiodifusión, sé que existen unas mates alternativas a las que llaman (al menos de momento) Girl maths. Son las mates que te dicen que si te encuentras 20€ en el bolsillo de una chaqueta, la cheeseburger de hoy te sale gratis. O que si pagaste ayer una entrada para Bud Bunny, cuando llegue el día de San Benito el concierto te saldrá gratis. Girls math serán, porque cualquier cryptobro, de la misma edad y educado en la misma red social, sabe ya perfectamente que los 300€ de hoy bien podrían ser 310€ o 3.000€ cuando aterrize Benito y que ese, y no otro, es el precio real de la entrada a la que llaman gratis.

Podrían ser estas las famosas mates con perspectiva de género de la que tan necesitados están nuestros estudiantes, machirulizados por las redes. Pero es un cálculo tan ridículo que sólo serviría para evidenciar el machismo implícito en el asunto de considerar que las mujeres necesitan unas mates propias porque las demás son demasiado frías y poco empáticas con sus sueños e ilusiones. Sueños e ilusiones que se resumen, básicamente, en vivir de gratis, al día y sin responsabilidad ninguna para con su futuro.

Lo entendieron casi en la Ser, porque si algo quedó claro es que es machista e injusto llamarlas girl maths cuando esta misma lógica y estas mismas ilusiones son las que guían a tantos hombres y a tantos países a la ruina. Y será cosa del heteropatriarcado que cuando lo hacen ellos no parezca tan estúpido ni tan gracioso. Que cuando Broncano decía que su programa no era caro porque al final los presupuestos de TVE son los que son y ya están cerrados bien podría haber dicho que era gratis. 

Le falta un poquito de deconstrucción, creo yo, para entender que el dinero público (ya) no es de nadie, chiqui.  

O que cuando Bolaños dice que los ciudadanos podemos estar tranquilos, porque mientras en Francia se anuncian recortes de 44.000 millones de euros, aquí “el Estado del bienestar no sólo no se recorta sino que se potencia, se fortalece”. 

Bolaños y la Ser y todos nosotros sabemos perfectamente que mientras gobiernen ellos (los socialistas, quiero decir) no habrá recortes. Porque eso no va con ellos, que son más de aumentar el gasto y la lógica de la sociedad de la dependencia. Que los recortes se los tendrá que comer el siguiente y cuando no quede más remedio. Y que si el siguiente resultase ser del mismo partido, seguro que el tiempo lo pondrá en su sitio. Como ha hecho con Zapatero, cuyos recortes sabemos ahora que en realidad fueron de Rajoy, que los hizo por vicio como los volverá a hacer la derecha cuando tome de nuevo el poder. 

Esto no son girl maths porque sería machista. Pero son unas mates así como de lo social, donde el cálculo es ideológico y lo ideológico es, simplemente, una expresión nuestros sueños e ilusiones.

16.6.25

Todo está perdonado

Lo peor de que Pedro Sánchez pida perdón es que habrá quien se lo conceda. Incluso sin saberlo.

Como hacía Risto Mejide, por poner un ejemplo y sólo uno, pidiéndole que dimitiese porque su obligación era "elegir buenos Secretarios de Organización" y "supervisar para que se comportaran decentemente".

Sánchez sabe mejor que nadie que este argumento, "in vigilando", tiene las patitas muy cortas. Y que es útil, como todo, para arrojarlo contra los demás, pero demasiado débil para convencer a los propios.

Lo fue y lo sigue siendo contra M.Rajoy, más por insistencia y por chiste que por lógica, pero no será suficiente contra Sánchez.

Es un argumento que no convence nunca a nadie porque no es un argumento, sino una simple sombra de sospecha. Muy razonable, diría yo, pero sombra y nada más.

Sánchez pide perdón como lo piden los niños a los que pillas copiando en el examen, como si fuesen las circunstancias, los nervios, la presión de los padres, las prisas por terminar el último examen, lo que no permite estar al loro de lo que un cuerpo siempre un poco extraño hace en su nombre.

El Partido Socialista es un poco así para Sánchez, y todos esos hombrecillos tienen que serle extraños porque al final ninguno es tan guapo ni tan poderoso como él. Hay una distancia y una soledad en la cumbre que dificulta y hasta imposibilita la correcta vigilancia.

Tú puedes vigilar lo que quieras, porque toda la lógica de la relación está montada para que esos movimientos te parezcan extraños, indescifrables incluso, a poco que seas alguien medio normal. Medio decente.

Todo el mundo sabe que para eso están los secretarios de Organización y sus semejantes. Hasta el punto que ya casi diría que la culpabilidad de los demás no sólo protege sino que refuerza la inocencia del presidente. Y si no lo digo yo, es porque ya lo dijo Sánchez y plagiar está muy feo.

Él estaba, como tiene que estar, a otras cosas, a las cosas importantes: al progreso de España. Y lo seguirá estando.

Sánchez no va a dimitir porque no sabría encontrar motivo alguno. No tendría por qué. La cuestión es, por lo tanto, quién le obligaría a hacerlo. Quién podría.

Lo normal es la oposición, pero ya se ha visto que no puede y que prefiere no intentarlo.

Lo propio, lo que correspondería en la partitocracia en la que se supone que vivimos, sería que el propio partido —y más habiendo descubierto ¡ahora! lo de la urna (otra cosa que supo antes la fachosfera, por cierto)— le forzase a dimitir. O que el grupo parlamentario forzase su caída. Algo así.

Pero no hay semejante cosa. La partitocracia siempre fue una exageración y si dejó de serlo es porque Sánchez se cargó, simple y sistemáticamente, una a una, uno a uno, todas las estructuras y todas las figuras y barones antes conocidos como Partido Socialista Obrero Español.

Cuando killer, killer. Cuando víctima, víctima. Es como si tuviese algo personal contra las instituciones que limitan su poder.

Lo habitual sería que lo abandonasen los socios como abandonaron a Rajoy, con mucho menos motivo, por cierto. Pero los socios de Sánchez no pueden abandonarlo porque no pueden, simplemente, entregar el gobierno de España al PP y Vox.

Es un problema que Feijóo no va a poder solucionar por muchas entrevistas que logre dar a La Vanguardia en representación del galeguismo cordial. Con Vox no hay manera y sin él, tampoco.

Porque no quedan muchos en Cataluña (y no digamos en el País Vasco) que sueñen todavía con que una derecha de la buena gobernando en Madrid sirva para volver a encender el ánimo del independentismo.

Lo único que pueden y deberían hacer es sumarse ellos también a los Madinas y demás, tímidos disidentes del sanchismo ahora que empieza a costar más disimular que apartarse, y buscarle un sustituto que salve el orden.

Hay que recuperar al PSOE de verdad, el de los buenos, y arrancarlo de las manos corruptas del sanchismo. Hay que personificar en Sánchez el problema, culpar a su camarilla para salvar los muebles y hasta el mismísimo régimen del 78 de su auténtica amenaza, que son las pulseritas de Vox, el de la foto de Feijóo y el novio de Ayuso.

Yo creo que Rufián tiene aquí una oportunidad de oro para terminar el trabajo que fue a hacer a Madrid y convertirse, esta vez sí, en el auténtico héroe de la retirada. En español del año, incluso.

29.5.25

La caída de Sánchez no puede ser un simple punto y seguido

Alberto Núñez Feijóo ha empezado tarde su comparecencia y lo ha hecho pidiendo permiso para empezar, como si llevase rato esperando a que le dejen hablar.

Conozco el truco y no seré yo quien se cebe con el impuntual.

Pero sirva al menos este retraso, estos quince minutos que se ha tomado para algo, para entender que el gran problema de esta oposición es su incapacidad para seguirle el ritmo a Pedro Sánchez, a sus corruptelas, a sus iniciativas y a sus cortinas de humo, que resulta que son todas una misma cosa.

Como sabe bien Sánchez, la fortuna favorece al hiperactivo, y en estos quince minutos que Feijóo se ha tomado (¿para qué?) Llados te hace unos quinientos burpies y Pedro Sánchez te arregla el Poder Judicial y hasta la libertad de prensa.

Las palabras de Feijóo y el anuncio de la comparecencia para esta misma mañana transmiten una cierta urgencia. Pero llega quince minutos tarde por lo de vísteme despacio que tengo prisa, y nos cita para dentro de diez días para que tengamos tiempo de organizarnos la agenda.

Cierto es que ya ni el AVE es lo que era y que a pesar de los esfuerzos de Óscar Puente, llegar a Madrid quizás se ponga complicado.

Pero si de eso se trata, debería hacer como esos prometidos que te invitan a su boda el 15 de junio de 2028 porque saben perfectamente que es imposible que tengas planes para entonces y que ningún español de bien les diría la verdad: que no quiere ir.

Diez días es demasiado pronto (porque ya habrá quien tenga reserva en el chiringuito) o demasiado tarde (porque en diez días Sánchez y los españolitos de bien somos muy capaces de olvidarnos hasta de quién es el presidente del Gobierno).

Los españoles de bien, y perdonen que lo diga, no somos de fiar. Y si Feijóo hace un llamamiento a los ciudadanos y a los socios de Sánchez, porque él no es Batman y no puede luchar solo contra tanta podredumbre, lo único que consigue es mostrar su debilidad en lo que importa.

¿A cuántos millones necesita movilizar Feijóo para que esta manifestación sea un éxito? ¿A cuántos socios de Sánchez puede lograr convencer para que le traicionen?

A las manifestaciones sólo se va cuando no queda más remedio y a los socios de Sánchez, perdonen de nuevo, no está bien ni es justo llamarlos "españoles de bien". Tampoco ellos abandonarán a Sánchez hasta que no tengan más remedio.

Y si Feijóo quiere su apoyo, tendrá que comprarlo o tendrá que forzarlo, avergonzándolos, como también hizo Sánchez en su día, hasta que se vean incapaces de dar la cara ante sus propios votantes.

Y cara tienen, como decimos en Cataluña, para dar y vender.

Si Al Capone cayó por un par de facturas mal numeradas, también Sánchez puede caer por cualquier cosa y en cualquier momento. Por este escándalo, por el siguiente, por el penúltimo o por algo que todavía no haya empezado a tramar y que estalle en dos o tres legislaturas.

Pero lo que no puede pasar, lo que Feijóo tiene que impedir desde ya mismo, desde hace ya mucho, de hecho, es que la caída de Sánchez suponga un triste punto y seguido en la lenta pero inexorable decadencia de España.

Y eso no se hace gritando contra la corrupción en la calle ni comprando el apoyo de los celíacos a 600 € el voto, sino presentando un programa creíble de profundas reformas y forzando a las mayorías parlamentarias, presentes o futuras, a aceptarlas.

Lo demás son fuegos fatuos que sólo pueden salir mal.

Los ritmos de Feijóo corresponden perfectamente a los ritmos de nuestra crisis, pero debemos empezar a ser conscientes de que se necesita algo más de ímpetu para levantarse que para caer.

11.4.25

Si RTVE no quiere israelíes en Eurovisión, ¿por qué no renuncia a participar en el festival?

El comunicado en el que RTVE pide que se "debata" el veto a la participación de Israel en Eurovisión muestra hasta qué punto se ha institucionalizado ya en España un lenguaje que hasta ahora era exclusivo de la izquierda radical.

Es ese lenguaje que permite "plantear cuestiones delicadas" que a los demás normalmente no les interesa plantearse.

Es ese lenguaje que permite poner "incómodos debates" sobre la mesa, como pide el comunicado, aunque en realidad todos sabemos que RTVE no espera ni va a permitir ningún debate digno de este nombre. Debate que, además, sólo podrá cerrarse con una única conclusión por todos conocida de antemano.

Es un lenguaje profundamente cobarde, por cuanto siempre disimula posturas definitivas tras debates ficticios, estériles y manipulados que sólo sirven para fingir que la suya es la única respuesta lógica y la única conclusión aceptable.

Que les permite evitar responsabilizarse de lo que implica defender una postura propia discutida y discutible.

Que les permite incluso evitar la responsabilidad de abrir un debate en el que, además, cada día se hace más difícil diferenciar entre ese antisionismo que consideran tan legítimo y el puro y más racista antisemitismo.

Cuando RTVE llama a "abrir un debate" sobre la participación de Israel en el festival de Eurovisión, lo que está haciendo es buscar aliados para expulsarlos sin tener que asumir los costes de hacerlo. Sin tener que hacer ni el más mínimo sacrificio para hacerse digno de la superioridad moral de la que presumen.

Ni el más mínimo, digo.

Si esto se tratase de una batalla entre colegas, entre la televisión pública española y la televisión pública israelí, el asunto provocaría un pequeño disgusto entre los amantes de lo público, pero sería totalmente irrelevante.

Si el tema fuese realmente Eurovisión, digo.

RTVE podría, simplemente, amenazar con retirarse del certamen y ahorrarse el enésimo bochorno para disgusto, diría yo, de casi nadie.

No voy a abrir ahora el melón de los eurofrikis, pero es evidente que Eurovisión es sólo una excusa para seguir haciendo politiquería barata y de marca blanca a un coste prácticamente nulo. Seguramente siempre ha sido así y ya desde sus orígenes la política pesaba más que los gorgoritos.

Pero digamos que entre la aspiración a unificar Europa a través de las artes y este agitprop socialista de los últimos años y al que nos vemos sometidos dista un mundo.

Podría nuestro Gobierno abrir de verdad y de una vez por todas una crisis diplomática con el estado de Israel, si es que al presidente se le hacen las largas las horas de Falcon y no encuentra ningún otro melón por abrir en política internacional.

La polémica de Eurovisión quizás parezca una cuestión menor ahora que vuelve Sánchez de sus ofrendas florales y sus reverencias frente a antiguos tiranos orientales, y de postularse (y postularnos) como siervos preferentes de la nueva y modernísima tecnotiranía China.

Pero el comunicado de RTVE es un bonito recordatorio de que los socialistas son gente seria y de principios, y que no olvidan quiénes son sus auténticos enemigos.

28.3.25

La regla del 80/20 es cierta: los 'incels' tienen razón y los adolescentes lo saben

La culpa es de los singles y de esa teoría del 80/20 según la cual el 80% de las mujeres sólo se siente atraída por el 20% de los hombres.

Y el gran problema de esta teoría del 80/20 es que es básicamente cierta. Y que encaja con la experiencia de la inmensa mayoría de los niños de trece años, que son naturalmente incels, y la explica a la perfección. Como el protagonista de Adolescencia.

A diferencia, claro está, de tantas otras teorías sobre las relaciones sexoafectivas entre géneros, mucho más bien sonantes, que los adolescentes también conocen, que también reciben machaconamente y que también escuchan con atención variable. Pero que, evidentemente, no se creen. 

Pero la teoría del 80/20, siendo básicamente cierta, es sólo una parte de la verdad.

Y la otra parte no se la explicará, porque no puede, ninguna de sus escandalizadas profesoras, naturalmente feministas y naturalmente progresistas. Ni se la explicará tampoco ninguno de sus profesores, porque casi no tienen ninguno y porque los que tienen son naturalmente feministas y naturalmente progresistas.

Y parece ser que tampoco se la explicarán esos gurús que dice que corren por internet corrompiendo a nuestros jóvenes con sus dolorosas verdades.

La verdad la podrían aprender solitos y a gran coste. Pero no está mal que alguien se la recuerde de vez en cuando para hacer algo más llevadero el disgusto de ser adolescente.

Consiste, simplemente, en aceptar que el hombre se hace. Que su hombría y su atractivo no son evidentes. Que no basta con esa pelusilla en el labio superior.

Es algo que ya intuyen. Por eso a esas edades empiezan a hacer chistes de marranadas que a menudo ni siquiera entienden y por eso pasan de llamar tontas a las chicas, para explicar por qué no quieren jugar con ellas a saltar la comba, a llamarlas putas porque ahora ellas, de un día para otro, prefieren a los más mayores y malotes.

No puede sorprendernos tanto, porque los pobres niños incels no son los únicos que desprecian lo que querrían tener y no pueden. 

Se entiende todo a la perfección, pero no se acepta con igual facilidad.

Y hay que aceptarlo.

Hay que aceptar, básicamente, que no sirve de nada culpar a la realidad y que es mucho más útil e interesante tratar de entenderla.

Pero esto es algo que tampoco les explicará toda esta generación de escandalizados profesionales, precisamente, del arte de negar la realidad. Incluso en este tema y en esta estadística, donde tantas feministas han salido corriendo a decir que es mentira y que es indignante y que además es culpa de los hombres.

Que si los niños no follan es porque no son lo suficientemente feministas y que hay que deconstruirse un poco más para gustar.

En realidad, un poco menos. 

Porque son teorías absurdas que no puede creerse un niño de trece años que sepa quién le gusta a la guapa de la clase y con quién se ha dado el primer morreo. 

Pero hay que reconocer que cuando las feministas y sus aliados salen a negar la evidencia y exigen que nos "trabajemos" dicen bien, aunque sea por error.

Porque lo que puede llegar a hacer atractivo al 80% de los hombres requiere de mucho trabajo. El estatus, el dinero y que ellas cumplan los treinta son cosas que ayudan mucho, pero que requieren de tiempo y de esfuerzo.

Es, de nuevo, algo que saben perfectamente los adolescentes, obsesionados como nunca en hacer burpies y press-banca y en invertir en cripto.

Y es algo que, lógicamente, tiene muy preocupadas a las feministas, empeñadas en descubrir lo tóxico en cualquier expresión de masculinidad. 

Y también por otra cosa, que es mucho peor y mucho más triste. Porque el problema de la teoría del 80/20 es que es infalible en el tipo de relaciones que prima y promueve nuestra sociedad, e incluso nuestro feminismo, en nombre de la libertad, la experimentación y la liberación sexual de las mujeres.

Es lo que explica que apps como Tinder funcionen perfectamente para el 20% de los hombres (con buen trabajo, buenas espaldas y buena altura, por encima del 1,80 m) y es una pérdida de tiempo, paciencia y autoestima para el 80% restante.

En este tipo tan particular de relación, la regla del 80/20 es infalible y tiene efectos terribles para casi todos.

Para ellos, porque en realidad las únicas que pueden comportarse como auténticos hombres son ellas. El mercado sexual está a sus pies y son ellas (y ese supuesto 20%, que hoy ya será menos) las únicas que pueden ligar cada día con uno distinto y sin compromiso si así lo desean.

Y para ellas porque, como muy bien dicen las feministas, entre ese 20% de machos que tienen a su disposición la práctica totalidad de las usuarias no se encuentran los hombres comprometidos y deconstruídos que a ellas les gustaría que les gustasen.

Oh, sorpresa. 

Si el 80/20 les pesa tanto a los adolescentes, a las feministas, a las profes y a los padres implicados es, simplemente porque estas son el tipo de relaciones que esperamos de nuestros jóvenes.

Y porque cada vez hay menos adultos que en la escuela, en los medios, en la política (ni siquiera en la familia, tan a menudo separada), le presente a ese 80%, tanto en el discurso como en el ejemplo, modelos de éxito a los que sea razonable aspirar.

El problema, básicamente, es que el tipo de relación que se promueve es el tipo de relación donde la ley del 80/20 impera y castiga más.

Normal que les joda.

14.3.25

Lo que nunca perdonarán a Ayuso

Ayuso no tiene defensa posible. Porque la cifra y la crítica del documental 7291 no se refieren a los muertos por su presunta "mala gestión", sino a los terribles efectos de su perversa ideología.

Que se use a los muertos y el dolor de sus familias para la propaganda ideológica sería escandaloso si hoy fuese martes y esto, Dinamarca.

Pero a estas alturas y por estas latitudes, ya solo podrán escandalizarse los más viejos del lugar o quienes cobran por fingirlo ante las cámaras. Benditos sean.

Los informados, los serios, somos ya demasiado cínicos para pretender que entrar a discutir aquí las cifras de fallecidos en las residencias madrileñas o compararlas con las de otras comunidades tiene el más mínimo sentido.

Está, simplemente, fuera de lugar. Porque nunca fue de esto.

Si lo fuera, si el tema fueran las cifras, el rendimiento de cuentas y la mejora de los protocolos y condiciones por lo que pueda venir, el Gobierno (ejemplar, sin duda, tanto en la prevención post-8M de la crisis como en la gestión y en la salida "en V" y "mucho mejores") se guardaría muy mucho de volver sobre sus pasos como hace el criminal en las malas películas.

De ahí la deshonestidad fundamental de este documental y de esta campaña, que pasa de la crítica ideológica a la cifra de muertos, pero nunca de la cifra de muertos a la crítica ideológica.

Es la lógica deductiva que explica perfectamente por qué Ayuso es presuntamente responsable de cada uno de los 7.291 muertos en las residencias madrileñas y Pedro Sánchez el responsable último, y diríase que único, de todas las vidas salvadas. De esas 450.000 que dijo él mismo y que asumo aproximadas, porque es evidente que aquí una vida más o menos no importa tanto como en las residencias de Ayuso. 

Por si acaso me incluyen en la cifra de vidas salvadas, conste aquí mi más sincero agradecimiento.

Lo que pasó en las residencias, incluso en algunas (pocas, poquísimas, cabe suponer) de fuera de la Comunidad de Madrid, es realmente de lo más espantoso de la pandemia.

Porque es donde al desamparo habitual de los mayores se suma de la forma más cruel posible todas y cada una de las más duras decisiones que hay que tomar en estos casos. El famoso triaje, que ahora volvemos a descubrir con el mismo espanto que la primera vez, porque el común de los mortales prefiere vivir sin recordar su existencia y su necesidad.

Pero que es imperativo, y categórico, en situación de saturación hospitalaria.

Y que sí, castiga más a los más vulnerables porque ese es su terrible sentido.

Y por eso es tan bajo usarlo como arma política. Y por eso es tan eficaz.

Se trata de proteger a los ciudadanos de las verdades más incómodas porque estas conllevan las más duras responsabilidades.

Por eso, si en algo supuestamente positivo destacó la España confinada de Sánchez fue en la vacunación. Es decir, en la obediencia.

Y por eso cabría criticar y lamentarse porque se trate a los ciudadanos como a niños si no fuese porque a los niños hay rollos que, simplemente, no se les pegan.

A los niños se les distrae con cosas buenas y divertidas y, a veces, incluso se les deja en paz.

Con nosotros, en cambio, no se ahorran ni un día de agitación y propaganda.

Hasta el punto que, todavía en plena pandemia, pero ya en tono de advertencia, El Periódico hizo historia del periodismo al llevar en portada el titular El colapso que no fue. La gestión es impecable, tenemos la mejor sanidad del mundo, nos decía, y no valdrán excusas.

No habrá perdón para la oposición. Para los agoreros. Para los críticos y negacionistas. Para los que no salen al balcón a aplaudir a los sanitarios. Es decir, a la sanidad pública. Es decir, al Estado del bienestar, a la socialdemocracia, al PSOE… a Pedro Sánchez.

El problema no son los muertos. Los muertos se los podrían perdonar a Ayuso, como parece que se los han perdonado a todos y cada uno de los otros presidentes autonómicos. Si Ayuso fuese como todos los demás, claro.

Lo que no podrán perdonarle nunca es que fuese por libre. Que cerrase antes las residencias y abriese antes los bares. Y que lo hiciese en clara y explícita discrepancia con el Gobierno central en un momento en el que cualquier crítica era criminalizada y en que tocaba fingir la unidad del mundo occidental al dictado de la ciencia y la razón para evitar, precisamente, que distintas políticas pudiesen evidenciar distintos resultados y responsabilidades.

Lo que no podrán perdonarle nunca es, en realidad, que fuese la única oposición real al Gobierno socialista. Y que siga siéndolo.

Por eso, Ayuso no tiene defensa posible. Su única salida es el éxito. Porque, por muy compungidos que estén todos con estos siete mil y pico (mientras ignoran a todos y cada uno de los demás muertos), lo que más les pesa no son los errores que pudiera haber cometido Ayuso ni sus terribles consecuencias.

Lo que más les pesa, lo que les resulta simplemente insoportable hasta imaginar, no son sus fracasos. Es su éxito.